martes, 1 de marzo de 2011

CAPITULO 2 - André el vampiro

La única causa perdida es la que se abandona.
Eso creo al menos, y tengo tiempo para ello. El tiempo no es un problema cuando eres inmortal.
Perdón, que falta de tacto. Ni siquiera me he presentado, ¿verdad?
Mi nombre es André, y soy vampiro. Tengo el pelo largo casi hasta los hombros. Mis ojos son de un marrón antinatural y mi piel es blanca como el marfil, aunque paso bastante desapercibido entre los mortales. Mido un metro ochenta y mi figura está bien proporcionada. Soy muy apuesto, y no lo digo por que sea un presumido o un vanidoso. Lo sé porque he roto muchos corazones y porque así me lo han hecho saber todas mis conquistas.
Soy orgulloso, inquieto, buen conversador y mejor observador.
Dejé de ser humano hace tanto que me invade el olvido. Pero como he dicho antes, después de lo que sé, el tiempo es el menor de mis problemas.
Quisiera que mi relato os entretenga y os divierta. Que sea ameno.
Que disfrutéis de cada situación, de cada momento, como si vosotros fueseis los protagonistas. Que os pongáis en mi piel y dejéis ese mundo vuestro. Ese en el que la mortalidad es dueña de vuestro tejido carnal, tan débil como una flor apunto de abrir.
Que seáis yo por unas horas.
Lo que quiero contaros es real. Los vampiros existimos y estamos entre vosotros pero, no tenéis de que preocuparos, creo, por el momento.
Querría contaros los hechos cronológicamente, y empezaré por supuesto, a cuando solo era un muchacho mortal. Creo que es importante. Al menos lo suficientemente importante para tener un orden que os ayude a situaros y a mi a recordar.
Bien, veamos. Por donde empiezo… Si.

Nací el 25 de Febrero del año 1.447
Mi madre nos abandonó a todos después de nacer yo.
Nunca supe el porqué pero, lo que si entendí bien es que mi padre me echaba la culpa de su huída. Mi padre era un hombre robusto, de espaldas fuertes, con demasiadas arrugas en el rostro y varias cicatrices por el cuerpo. Un tipo duro. Descargaba sus borracheras contra mi, dándome palizas de muerte por cualquier motivo tonto. Seguramente estaba resentido por lo de mi madre, y yo no le importaba una mierda.
Odiaba a mi padre.
Mi hermano mayor, Lucas, era hijo de la primera esposa de mi padre, que murió a los dos años de nacer este. Enseguida mi padre conoció a Liliana, mi madre, se casaron y nací yo. Mi hermano era mi apoyo y el único motivo por el que todavía no me había escapado de casa todavía.
Cuando tenía 18 años, harto de las palizas y sabiendo que mi padre ya no podía conmigo, desafiaba su ira riéndome de el.
“Viejo inútil”, le decía, y el se enfadaba mas, hasta que harto de perseguirme por la casa y borracho como estaba, caía exhausto al suelo. Yo me acercaba y le escupía, y le dejaba ahí tendido durmiendo la mona.
Mi hermano recriminaba mi conducta, y yo no replicaba. Agachaba la cabeza, pedía perdón y me iba a dar una vuelta o al camastro. No podía decirle nada a mi hermano. El había lidiado bastante entre mi padre y yo. Me había librado de alguna paliza, curaba mis heridas y me daba el amor que necesitaba. Yo estaba dispuesto a matar por el. Era lo único que tenía en este mundo.
Mi hermano no se había casado a pesar de ser apuesto.
Creo que se sentía obligado por culpa de mi padre. El quería escapar de aquella casa, y yo lo sabía bien, pero el intentaba mantener unido el núcleo familiar. Mi hermano era un preso prácticamente.
Pero era muy apuesto y algunas mozas de la villa le rondaban.
Una en especial, Lucía, de ojos marrones claros y pelo oscuro. De silueta delicada aunque voluptuosa, la piel rosada y unos andares que mareaban al que la miraba, era la favorita de mi hermano. Estaba colado por ella pero no se decidía.
Ella lo tenía embrujado, y se le notaba el nerviosismo cuando por la tarde, al volver a casa después de la jornada de trabajo se cruzaba con ella y esta, con una voz dulce le decía: “Buenas tardes Lucas”, y el tartamudeaba al contestarle.
Yo hacía bromas sobre esto y sacaba de quicio a mi hermano.
Pero el nunca se enfadaba. Me miraba y sonreía, me abrazaba y luego con gesto serio me decía si me gustaba para el.
-Es perfecta para ti-. Le decía yo. Luego me abrazaba fuerte y me besaba en la mejilla. Me revolvía el cabello con la mano y sonreía.

Una mañana fría y con unas nubes negras en el cielo, hayamos a mi padre tirado en la puerta de casa.
Estaba muerto.
Recuerdo que cuando mi hermano lo tocó para despertarlo y este no se levanto, se me dibujó una pequeña sonrisa en el rostro.
Está mal, pero deseaba que muriera.
Durante toda la noche velamos el cuerpo, y a la mañana siguiente lo enterramos. Las nubes negras se decidieron a descargar con furia todo lo que llevaban dentro, y nos empapamos mientras trasladamos el ataúd al cementerio. Y durante el oficio para su descanso eterno. Pensé que era la venganza de mi padre.

Desde aquel día fuimos mas felices que nunca.
Mi hermano se decidió por fin a pedir la mano de Lucía, y se casaron pronto. Ella vino a casa a vivir y nos cuidaba a los dos de una manera tan especial, que a mi me parecía que era todo muy irreal. La casa estaba limpia como nunca, nuestras ropas. Unas comidas deliciosas. Ella era la esposa perfecta. Y me mimaba como si fuera su hijo, aunque solo me llevaba un par de años.
Yo empecé a ir de taberna en taberna, dejándome seducir por las muchachas de mala vida y disfrutando al máximo de mi juventud en los bajos fondos.
Mi hermano se ponía furioso conmigo por la vida que estaba llevando.
-¿Crees que llegarás a algo en la vida?- Decía el siempre. Yo me callaba normalmente, pero otras veces, mas por el alcohol que por otras causas, le contestaba.
-Se llama vivir hermano. Es algo que tú nunca has hecho, ¿verdad?- Y veía como se sentía dolido y decepcionado por mi conducta.
Las discusiones eran intermitentes. Normalmente reinaba la paz, la felicidad. Era como una burbuja que nadie lograría atravesar.
Cuando reñíamos mi hermano y yo, Lucía siempre hacia de arbitro y calmaba a mi hermano. A mi me regañaba pero con una sonrisa en el rostro, como queriendo decir “disfruta”, y yo lo hacía. Quiero decir que disfrutaba.
La felicidad es efímera.
Pero es tan bella, tan elegante y atrayente. Nadie en el pueblo era como nosotros. Nadie…

Pero sabía que aquello era demasiado bonito para ser verdad, y la desgracia golpeó nuestra casa durante el invierno de 1.471, justo cuando empezaba a creer que nada malo podría pasarnos.
Mi hermano empezó a toser por culpa de un resfriado mal curado, que cogió una mañana trabajando bajo una intensa lluvia. Muy parecida a la del día del entierro de mi padre.
Empezó a empeorar con bastante fiebre, dejándolo postrado en la cama casi sin poder respirar. Una bronquitis, eso había dicho el medico. Mi hermano no mejoraba y el buen doctor nos decía que nos preparásemos para lo peor. Que no lo había pillado a tiempo.
Lucía lloraba fuera de la casa casi todo el tiempo, para que mi hermano no se diese cuenta. Y yo parecía un fantasma, abatido y borracho casi todo el tiempo, para aliviar el dolor.
Una noche Lucía salió al pequeño salón. Yo estaba sentado en una silla frente al fuego, con una botella casi vacía de vino en la mano, con la mirada perdida como casi siempre desde que supe la noticia, y entonces ella se puso frente a mi.
-Tu hermano quiere verte. Quiere hablar contigo.
Alcé la vista hasta los ojos de ella, que estaban vidriosos por el continuo llanto.
-No-, respondí sin mas.
-El quiere verte y tienes, no, debes de ir. Te quiere y sufre por ti. ¡Ve a verle por el amor de Dios!
Me quedé mirándola un rato tras sus palabras, con la furia desbordando mis sentidos y un poco perplejo por aquel grito. Ella nunca gritaba, pero la situación le desbordaba. Era lógico.
Tiré la botella al fuego de mala gana y el vidrio se esparció por toda la chimenea. Me levanté, noté las rodillas un poco entumecidas y temblorosas, me giré y di el primer paso hasta la habitación de mi hermano, luego el segundo y antes de dar el tercero volví la cabeza hacia Lucía.
-Dios no existe en esta casa. Hace mucho tiempo que nos dejó.
Y después de decir esto entré con decisión para hablar con mi hermano, a pesar de que las piernas aún me temblaban y el corazón me latía a una velocidad de espanto.

La imagen era desoladora.
Una vela arrojaba una tenue luz sobre el rostro de mi hermano, que parecía un ser de otro mundo luchando por no morir, con los ojos hundidos y la piel tan blanca como la nieve. Temblaba un poco y hacía un esfuerzo sobrehumano para intentar levantarse un poco. Hizo un gesto con la mano para que me aproximara y yo obedecí.
-Mi final está cerca André.
Esas palabras se clavaron en mí con tal fuerza que casi caigo desmayado, pero no dije nada, solo miré y asentí un poco para que continuara. Sabía que le costaba respirar.
-Solo quiero pedirte que cuides de Lucía cuando me haya ido.
Que cambies tus hábitos un poco. Que seas un hombre.
Dios así lo quiere-. Mi furia estalló y grité.
-¿Dios hermano, de verdad hablas de Dios? ¡Dios es un mierda que se divierte con la humanidad joder! ¡No somos nada para el!
Pero tu le imploras, y hablas como si tu alma se fuera a salvar, como si fuera a ser acogida por el en el paraíso. Pero siento contradecirte hermanito porque hace mucho que estamos condenados.
Me miró con los ojos desorbitados, con rabia, y vi que se le escapaban algunas lágrimas. Había tensión y excitación en el y empezó a toser.
-¡Vete ahora, nadie te retiene! ¡Huye como siempre has querido puesto que no hay salvación! El único maldito aquí eres tu, y yo siempre he tenido paciencia. Me pongo enfermo y tu reacción es emborracharte en la taberna como un imbécil, acostarte con mujeres casadas y luego desafiar a sus maridos a batirse en duelo.
¿A cuantos has matado André, a cuantos dí? ¡El único maldito aquí eres tú, y no tienes salvación!- Tensión por un momento, pero luego su expresión cambió. Su rabia cesó, y me habló con voz calma, como siempre había hecho. –Solo quiero que seas un hombre, que seas feliz, que disfrutes de la vida y que cuides de mi mujer y la ayudes a llevar la pena. Solo eso. Te quiero André, lo sabes. No me falles, mejor dicho, no te falles a ti mismo. Por favor, hazlo por mi.
Me había desarmado totalmente. Ya no sentía rabia, solo dolor. Un dolor inmenso que me abrasaba el alma. Levanté la mirada hacia el y solo acerté a decir: -Lo siento.- Me di la vuelta y salí de allí.
Cogí una botella de un estante, la abrí, me senté de nuevo frente al fuego sin hacer caso de la presencia de Lucía y empecé a beber.
Aquella noche mi hermano murió.

Ordené que se enterrara a mi hermano en la parte alta del cementerio. Por nada del mundo quería que su cuerpo descansara junto al de mi padre.
Llovía intensamente, como la ultima vez.
Lucía no podía ir porque no se tenía en pié, y se quedó en casa con su madre. Llegué con la comitiva y lo enterramos. Un par de padres nuestros oficiados por Fray León y ya está. Todo había terminado.
El buen Fraile se acercó a mi para darme unas palabras de apoyo.
-Ahora tienes que ser fuerte Andrés, mas de lo que fue tu hermano en vida. ¿Estas de acuerdo?- Asentí, pero no dije nada. El Fraile me dio unos golpecitos en la espalda y se marchó.
La lápida la hizo un amigo mío que era cantero en mármol negro, con unas letras preciosamente talladas. Me quedé allí un rato.
Lloraba amargamente. Me sentía solo y no quería creer que el se había marchado, que ya no estaba entre nosotros. Me senté en el suelo embarrado, bajo la intensa lluvia y empecé a orar. Poco a poco me empecé a sentir muy cansado, y el sueño se hizo presa de mi a pesar del aguacero. En un momento estaba profundamente dormido.

Soñé que corría por un valle frondoso, con el sol en la parte mas alta del cielo y sin ninguna nube. La temperatura era perfecta y yo solo tenía ganas de correr. Y corrí y corrí por aquel valle, como si no hubiese nada en este mundo. Yo solo corría.
De repente llegué a un precipicio y ya no pude seguir corriendo, y quise saltar pero no tenía fuerzas. La carrera me había dejado agotado. Me di la vuelta y aquel valle ya no existía. El terreno estaba lleno de matorrales secos y árboles con grotescas formas, el cielo encapotado con nubarrones negros y una intensa lluvia que dolía cuando te golpeaba. Quise escapar de allí pero en un momento unos lobos se habían acercado y me cortaban el paso, y no tenía huída posible. Me enseñaban sus dientes, gruñían y se acercaban hacia mi. Miré al suelo para ver si había un trozo de madera, una piedra o algo lo suficientemente grande y duro para golpearlos, pero no había nada en absoluto. Empecé a sentir pánico, y ellos se acercaban cada vez mas. Se miraban entre ellos para ver quien atacaba primero, y yo los observaba para intentar contrarrestar el ataque. De repente dos de ellos se lanzaron hacia mi, y cuando intenté esquivarlos, me di cuenta de que me habían engañado. Que mientras estos me persuadían, otro había logrado acercarse tanto que me tenía a su merced. Me quedé petrificado y el lobo consiguió clavarme sus colmillos en el cuello.
Dolor.

Desperté de repente y me dí cuenta de que estaba todavía en el cementerio, que estaba empapado y que frente a mi se encontraba Lucía, que intentaba levantarme en vano y no paraba de gritar mi nombre. Yo me sentía aturdido y me desmayé.
El dolor en el pecho era insoportable. La angustia al abrir los ojos y ver que el techo me daba vueltas, que todo a mi alrededor se movía y sobre todo aquel dolor, aquella presión en mis pulmones.
Las horas pasaban, o al menos lo que a mi me parecieron horas, confundiéndose con mundos de fantasía en un delirio extremo. Posicionando la locura hasta dentro de mi alma, arrojándome al vacío de mis fiebres hasta lo mas hondo y profundo de mis sentidos.
¿Moriría? O como a veces me temía, ¿estaba muerto ya?
¿Era eso la condenación de mi espíritu, de mi alma inmortal?
Noté frescor en la frente y abrí los ojos poco a poco. Los ojos me escocían y el pecho seguía doliéndome, y me presionaba entrecortando mi respiración haciendo insoportable cada bocanada de aire.
Notaba que la vida se me escapa.
-Bienvenido- dijo ella-. Parece que estas mejor.
¿Mejor? Desde luego no es la sensación que yo tenía al respecto.
Me quitó el paño de la cabeza para ponerme otro. Se agachó hasta la altura de mi oído. –Descansa- me susurro-. Lo necesitas.
Luego me besó en la mejilla y se marchó cerrando tras de sí la puerta, y me dejó allí solo con la única compañía de mis pesadillas y aquel dolor insoportable en el pecho.

Caí de nuevo en brazos de Morfeo.
¿Días, semanas, meses? Lo ignoraba. Pero lo que sí sabía cierto es que me estaba recuperando. Y Lucía me cuidaba como una madre a un hijo, y ese cariño, ese afecto que mostraba. Esa delicadeza tierna y sensual estaba haciendo que empezara a sentir algo por ella. Pero no. Yo no podía hacer nada al respecto. No podía traicionar la memoria de mi hermano de semejante manera. ¿Estaría ella sintiendo algo por mi? Por primera vez la veía como mujer. Elegantemente hermosa. Delicada.
¿Pero que me estaba pasando? ¿Qué clase de burla era esta?
Tenía que quitarme la idea de la cabeza, por supuesto. Pero no podía. Con cada gesto de ella se incrementaban mis ansias por poseerla, por hacerla mía. Miraba al techo de la habitación y pedía perdón a mi hermano. Pero cada vez que cerraba los ojos me veía con ella, desnudos en un torrente de pasión exagerada. Dejando a nuestros sentidos explorar la carne, sin poder alguno para retener nuestros bribones apetitos. Solo el exceso. Y empezaba a llorar por este tormento, y volvía a pedir perdón al cielo, a Dios o a mi hermano. ¿Para que? Al fin y al cabo nosotros éramos humanos. Éramos la suma de nuestros instintos.
Pero, ¿y ella? ¿Que pensaría ella?
Cuando me fui a dar cuenta estaba totalmente bien. Supe que habían pasado meses y que 1.472 había llegado mientras yo estaba en la cama, y que mi veinticinco cumpleaños también había pasado sin que yo me diera cuenta. Pero estaba despierto y totalmente recuperado. Ya no me dolía nada. Y eso era bueno en parte, porque ahora tendría libertad de movimiento para hablar con Lucía de lo que sentía por ella.
¿Qué si era amor? No creo que fuera tal cosa. Era deseo. El deseo de tenerla entre mis brazos, besarla y desnudarla hasta hacernos un solo ser.
Intentaba hablar poco con ella, aunque esta intentaba darme conversación, me tocaba la mano y me mostraba un cariño anormal. Yo respondía a sus preguntas con monosílabos, en intentaba siempre escabullirme de algún roce, de alguna caricia.
Intentaba alejarme de ella. Pero cuanto mas lo intentaba, menos lo conseguía.

Supongo que es natural que pasara de esta forma.
Una noche, yo estaba sentado frente al fuego, pensando en mis cosas y, bueno, ella me llamó a su habitación.
No supe que pensar. No quería ir, y en un primer momento contesté con un no rotundo. Ella volvió a llamarme pidiéndome por favor que fuera. Accedí finalmente.
Cuando abrí la puerta la vi de pié en la estancia, bajo el reflejo de la pálida luz de una vela, totalmente desnuda. La observé durante un momento. Miré sus ojos. Sus labios hicieron un movimiento y de ellos salieron las palabras, “ven”.
No lo pensé. Me desnudé con la impaciencia de un principiante, y sin mediar palabra alguna, nos entregamos el uno al otro. Una y otra vez, sin descanso, hasta que estuvimos totalmente saciados. Luego nos abrazamos, y ninguno de los dos dijo nada. Nos miramos, nos acariciamos, nos besamos…
Ella empezó a llorar.
No supe responder, eso esta claro, y desbordado por la situación me levanté, me vestí y salí de la casa. Me puse a caminar en mitad de la noche sin rumbo alguno, con la mente aturullada y confundida.
La noche era clara porque la luna brillaba como nunca había visto. Y caminé intentando no pensar hasta que llegué a un claro, que no sabía muy bien donde estaba situado. Nunca había estado allí. Miré alrededor y me sentí desconcertado. ¿Dónde coño estaba? Un escalofrío me recorrió el cuerpo, y escuché una voz en mi cabeza. “André”
¿Qué estaba pasando? Me sentía bloqueado. Quería correr, escapar de aquel sitio. “André”
Sentí miedo, y cuando intenté aclarar la mente comprendí que estaba en peligro. Solo pensé en una cosa.
Había dejado a Lucía sola, llorando.
Solo quería estar con ella, y de nuevo aquella voz.
“André”

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Bueno, yo ya lo había leido. Merece publicarse en un libro. Me gusta la idea de las letras en rojo y grandes, se ve bien claro y se agradece a la hora de leer. Si es que el que es artista se nota.
Otra cosa, el final no lo llegué a leer, así que estoy espectante haber como acaba. Esto que haces tiene mucho mérito, sinceramente.
Un abrazo.

Gualber dijo...

Muchisimas gracias.
Por cierto, lo voy a publicar, cuando esté acabado.
Se me fué de las manos y ahora es una señora novela. Mas de lo que pensé. He tenido que investigar muchas cosas para poder escribir echos coerentes. Merece la pena.
Cuando la tenga en papel, un ejemplar es tuyo. Te lo prometo.
Un abrazo.