jueves, 24 de marzo de 2011

CAPITULO 5 - Eros


Tan solo era un niño asustado.
Tenía miedo a la oscuridad y de noche, mientras todos dormían, se quedaba observando la luna a través del cristal de la ventana, en silencio, y se tapaba poco a poco con la manta para que ningún monstruo pudiese hacerle daño. La luna, pensaba, le protegería de todo en sus sueños. Pero la luna no aparecía siempre. En estas ocasiones, Eros, pensaba la mejor manera de que nada pudiera hacerle daño, e ideaba formas para hacer frente a sus miedos.
Se quedaba absorto en sus pensamientos más profundos, en los que veía como derrotaba a un monstruo con la fría manta, ahogándolo, y este desaparecía. Pero siempre volvía una nueva noche, que traía a un nuevo monstruo. Un nuevo terror. Aunque de vez en cuando, la luna, su amiga, le ayudaba en la tarea. Era una lucha sin fin, en la que siempre, por una razón u otra, salía victorioso.
Le hacía pensar en los gladiadores de la antigua Roma, cuando la era de los emperadores abarcaba con sus victorias todas las tierras conocidas, consolidando su territorio como capital suprema del mundo.
Pero aquellos gladiadores. Ah, que espectáculo tenía que ser ver a esos Dioses en la tierra, alimentando la arena del circo con la sangre de sus rivales, y alzar la posición de un esclavo a la categoría de mito viviente. Sangre y honor bajo los aplausos de la plebe. Saborear la gloria, y caer presa de sus laureles.
Eros soñaba con todo esto, y con sangre…
Sin embargo, la realidad era desalentadora para el muchacho. Era hijo de un carpintero, y el menor de los tres hijos de este. Su posición era ventajosa frente a la de la gente normal pues, el padre de Eros, trabajaba para las familias ricas y esto le otorgaba un cierto estatus como hombre. Aparte, también le aportaba un beneficio económico que muchos soñaban en aquella época. Especialmente para un carpintero.
Pero Eros no se conformaba, y seguía soñando con hazañas en la arena del circo, cortando cabezas y enfrentándose a los mas grandes, sin ser nunca derrotado. Un Dios eterno.
Eterno.
Conforme pasaban los días y el niño se transformaba en hombre hasta cumplir los veintiséis años, Eros se esforzaba por hacer que su padre se sintiera orgulloso viendo como uno de sus hijos seguía sus pasos. Aunque por la noche, el mundo donde vivía se desvaneciera para dar rienda suelta a sus sueños de gloria.
Y así, el mundo, transcurría lenta y amargamente para Eros.

Una noche, mientras se centraba en derrotar a una de las bestias de Roma frente a la atenta mirada del emperador, un sonido que no era costumbre escuchar a altas horas de la madrugada, sacó de su sueño a Eros.
Provenía del piso inferior. Se levantó intentando no hacer ruido, bajó las escaleras y al llegar al último peldaño, la imagen que vio lo dejó petrificado.
Los cadáveres de su familia estaban envueltos en sangre inundando la sala, destrozados brutalmente por alguien o por algo. Un monstruo como el de sus pesadillas, por fin había cruzado el umbral que separa los sueños de la realidad, y había entrado en este mundo para vengarse de Eros por las derrotas sufridas. Tenía que ser eso. ¿Quién en su sano juicio podría haber provocado esto?
Se quedó mirando la sangre derramada durante un rato, absorto en su color. Por fin apartó la mirada y la alzó al frente. Entonces los vio. Seres de carne y hueso pero con una mirada asesina como la de las bestias. Sonreían. Eros no podía moverse ni articular palabra alguna. Sintió un golpe detrás de la cabeza y la imagen se nubló.
Silencio y penumbra.
Escuchó algo que decían.
-¿Con este que hacemos?- parecía preguntar uno.
-Lo usaremos para que trabaje y de recipiente. Parece sano.
Y ya no escuchó más. Oscuridad. Solo oscuridad.

Notó una fuerte sacudida y un golpe en la espalda. Abrió los ojos.
No había nada a su alrededor. Tan solo un olor fuerte como a podrido invadía la zona, como si cientos de cadáveres se estuviesen descomponiendo a su alrededor. Otro golpe. Mas silencio.
Abrió los ojos lentamente hasta que todo se fue haciendo nítido y vio a uno de esos monstruos frente a el, con una media sonrisa diabólica dibujada en el rostro. Dio un paso hacia Eros con los brazos extendidos, con la boca abierta dejando ver sus colmillos al completo. El no podía moverse. Aquel ser se abrazó a su cuerpo y clavó los dientes en su cuello. Dolor. Se estaba desvaneciendo de nuevo. Veía a su padre y a sus hermanos, y su madre le indicaba con la mano que la siguiera. La sed se adueñó de el, y entonces aquel monstruo le dio su sangre y el éxtasis lo llevó al cielo para arrojarlo de nuevo a los infiernos. Y después de esto, la esclavitud.

Cazaba para los mas jóvenes del clan y servía de recipiente para los viejos, que se alimentaban de Eros con la promesa de que pronto sería uno de ellos. Muerte y muerte por todos lados. Al principio le repugnaba pero luego, con el tiempo, empezó a cogerle el gusto a la muerte. Y empezó a luchar en batallas. Y cortó cabezas como en sus sueños, y a alimentarse de los que mataba con su acero. Empezó a hacerse un hueco entre su clan, luchando contra los suyos para ganar posiciones. Pero estos le abandonaron un día, sin más. Desaparecieron y Eros se enfrentó a la soledad del monstruo que no tiene cabida en este mundo. Recorrió países, llevando la muerte a todos los que se encontraba en su camino. Hombres, mujeres y niños cayeron en las garras del vampiro, pero Eros empezaba a cansarse. Y no encontraba salida a nada de aquella existencia. Decidió dejar de beber. No quiso seguir alimentándose, y se refugió en una antigua iglesia para desaparecer del mundo, para ir hundiéndose poco a poco en el lodo de su bagar. Débil y solo, halló algo parecido a la paz que empezaba a añorar con todas sus fuerzas. Pero no era cierto. Tan solo era el dolor disfrazado por la soledad. Gritó a la noche pidiendo una salida, un algo que le ayudase, que le salvase y de repente, un día como otro cualquiera, la salvación apareció.

La salvación era un vampiro de cabellos rubios, de facciones marcadas y sonrisa placida y seductora.
Ayudó a Eros a levantarse y lo llevó con el a su castillo.
-Estas a salvo amigo mío. Mi nombre es Ángelo.
Ángelo…

Durante varias noches Ángelo vino a verle para saber como se encontraba, y hablaba con el y le preguntaba que le había pasado. Eros solo quería venganza y Ángelo se la concedió.
Fue una incursión sencilla, con la ayuda de todos los del ejército de Ángelo, del rey. Mataron a todos los vampiros del clan, y quemaron los cuerpos para que no se levantaran de nuevo. Y Eros tuvo su venganza. Tuvo su paz.

Entró al servicio del rey como miembro del ejército, y dejó de tener sueños de sangre. Ascendió rápido como uno de los mejores guerreros, estudió y se convirtió en un gran estratega militar. Instruía a los nuevos reclutas, a los nuevos vampiros que por decisión propia habían elegido esa vida. Y tenía la aprobación del rey para cualquier cosa que el se dispusiera hacer o que quisiera conseguir.
Todo estaba perfecto, todo estaba tranquilo en el mundo de Eros. Todo era paz y serenidad. Se sentía bien consigo mismo, y disfrutaba de la vida. De aquella vida eterna.
Un día, sin embargo, empezó a soñar de nuevo.
Otra vez, la sangre…

martes, 15 de marzo de 2011

CAPITULO 4 - André el vampiro 2


Después de oír las voces mas cerca, sentí que por fin mis músculos me respondían, y salí corriendo de allí como alma que lleva el diablo. Y continué corriendo aunque no sabía muy bien donde me encontraba. Tropecé contra una roca y caí al suelo.
No se veía nada, todo estaba muy oscuro. Y la pequeña neblina que se estaba formando en el monte no ayudaba a mi escapada. Noté que sangraba en la cara. El golpe que había recibido al caer al suelo, me había echo un pequeño corte en la frente y sangraba bastante. Al menos lo bastante para asustarme mas todavía, si es que eso era posible. Pero me levanté de nuevo y seguí avanzando. Por fin divisé a los lejos las almenas encendidas del muro, un poco mas allá del río Segura. Esto me produjo una pequeña sensación de alivio, pero no aminoré el paso ni un instante.
Alcancé el camino que llevaba a las puertas de la ciudad, atravesé el puente levadizo y conseguí llegar hasta la entrada sin parar de correr. Cuando estuve allí, cogí un poco de aliento y caí al suelo, rendido por la carrera, pero aliviado por encontrarme a salvo.
Se que me fui de mi casa y empecé a andar. Pero no entendía realmente como había llegado hasta aquel lugar. No sabía con exactitud que rumbo había tomado para llegar hasta aquel claro.

Me puse de nuevo en pié y pensé en Lucía, así que me fui directamente a mi casa. Seguramente, ella estaría disgustada y confundida. Y lo más probable es que también estuviera preocupada, así que eché a andar, sin preguntarme nada más.
Corrí desde la Hermita calle abajo, doblé un par de calles y llegué a mi puerta. La casa estaba vacía cuando entré. Al parecer, Lucía se había marchado y no había recogido nada. La vela seguía encendida, aunque ya estaba medio consumida. El fuego de la sala eran solo ascuas. Me pregunté donde podría estar. ¿Tan enfadada estaba conmigo como para hacer eso? ¿Por qué se ha marchado así? Y de repente, como un flash pensé, que quizás había ido a buscarme. Quizás había salido en mitad de la noche para ver donde estaba. No lo pensé. Volví a salir de la casa a la velocidad del rayo, atravesé las puertas de la ciudad y seguí el camino que había tomado al venir. Recordé el sendero a malas penas, y la noche estaba lo suficientemente cerrada como para no ver nada. Avancé casi en tinieblas y casi sin darme cuenta, y sin tropezar, llegué a aquel claro. Pero de nuevo pensé que ella no podría haber llegado allí. No sería una de sus opciones para buscarme. La taberna, el río… esos si serían sitios donde yo podría estar. ¿Por qué entonces, sin pensarlo apenas, había decidido ir a ese lugar?
“No la encontraras aquí”
Aquella voz.
Me giré y sentado sobre una piedra se hallaba un hombre. Sus facciones eran muy marcadas, su pelo rubio casi hasta la media espalda, y aquel atuendo que llevaba no era muy corriente entre la gente con la que yo solía codearme. Era un noble, eso estaba claro.
No encajaba con el lugar. ¡Por Dios, ni siquiera yo encajaba en aquel sitio a esas horas de la noche! Me quedé parado frente a el, a una distancia prudencial. Y aunque estaba realmente asustado, algo me empujaba a hablar.
-Perdona pero, ¿Qué has dicho?- mis palabras salieron de mi boca sin pasar por mi mente.
-Dije que no la encontraras aquí.
¿De que estaba hablando? No era probable que fuera de Lucía.
-¿A quién?- pregunté con descaro.
-A Lucía. ¿No es a ella a quien buscas?
Cuando vio mi perplejidad, aquel hombre sonrió. Sus ojos parecían brillar en la oscuridad, y su piel era pálida. No pálida como quien se está muriendo, o como quien está enfermo. Era una palidez abstracta. Rara. Sobrecogedora y hermosa a la vez.
-¿De que la conoces?- le dije titubeando. Claramente yo estaba acojonado, y el lo notaba, sin duda.
-No tengas miedo André. Es probable que la encuentres en el rincón del diablo, cerca de la parte sur. ¿Sabes donde está?
Su voz. Sin duda era la que me habló cuando entré al claro la primera vez. Sabía mi nombre. ¿El rincón del diablo?
-Es imposible que esté allí. Solo van las brujas. Nadie con sentido común se acercaría allí y menos…- pero la palabra se me atragantó en la garganta.
-¿Confundido hijo?
-Es imposible. Ella no, quiero decir, ella no es, no creo vamos- pero no sabía que decir en realidad-. ¿Quién eres?- dije al fin.
-Ah, la eterna cuestión. Ya si, lo se. No me he presentado como es debido- se levantó y se acercó a mí con la mano extendida.-Mi nombre es Ángelo. No soy de por aquí pero, suelo venir bastante. Te he observado desde que eras un niño. Desde que naciste. Lo se, lo se. Tendrás muchas preguntas. Mira hijo soy, bueno no es fácil. Yo soy- pero no escuché las palabras.
En un momento, y con una velocidad tal que no pude ver por donde vino, se abalanzó sobre mí y clavó sus colmillos en mi cuello.
-Vampiro- dije con un tono de voz apenas audible.
-Lo siento hijo, pero esto era necesario. Te he desangrado hasta tal punto, que si te dejara aquí morirías en muy pocos minutos. Pero no voy a dejar que eso ocurra. Voy a darte el don de la inmortalidad.
No podía moverme.
Le vi como se mordió la muñeca, y luego la acercó a mi boca pidiéndome que bebiera. Me resistí como pude, pero no podía hacer nada. Estaba condenado. Aquel ser me tenía a su merced y yo intentaba apartar mi boca de la sangre que caía sobre mí. Pero cuando la primera gota entró en mi paladar, ah que sensación. Fuego liquido dentro de mí. No podía parar de beber. Y quería más y más.
-Despacio- decía. Pero yo no quería hacer caso. Cada trago era una delicia que rayaba el delirio. Y yo me sentía tan bien. Me aferré a su brazo, y el intentó zafarse de mi, pero mi fuerza se había triplicado por lo menos. O así me sentía. Entonces noté un dolor muy fuerte en mi estomago. Me retorcí y empecé a vomitar. Sangre por todos lados. Dolor. Me revolvía en la tierra con espasmos. Gritaba. Pensé que aquello sería el final, que moriría en aquel instante.
-Tranquilo hijo, es normal- dijo aquel ser, pero yo no escuchaba. Seguí dando vueltas por el suelo, y vomitando violentamente con aquel insoportable y desgraciado dolor. ¿Cuándo acabaría? Pero de pronto todo se calmo.
-¿Lo ves?- decía-. No pasa nada hijo mío.
Y me quedé rígido, tumbado boca arriba, sin poder moverme. Lo vi acercarse a mí de nuevo. Sentí que me mareaba, y era como si cayese desde una distancia inusitada. Como si me lanzaran desde el pico de la Atalaya hacia abajo. Y no podía mantener los ojos abiertos.
-Ahora duerme André. Pronto despertarás de nuevo. Duerme.
Noté sus palabras distantes, como muy de lejos. Mis párpados no aguantaban más. Quise mantenerlos abiertos, pero era imposible. Finalmente se cerraron y sentí alivio, tranquilidad. Sentí paz.

No recuerdo si soñé o no.
Cuando abrí los ojos todo estaba oscuro. No se veía nada por ninguna parte, y noté que estaba en un sitio cerrado. Como un armario o algo así. Intenté moverme pero al hacerlo, mis extremidades chocaron contra algo duro. Sin duda, me habían encerrado en algún sitio. Pero no me entró el pánico. Seguía en aquel estado de paz y bienestar cuando de pronto, escuché unos pasos que se acercaban a donde yo me encontraba. Quise salir de allí, pero no sabía como. Ni siquiera sabía como había llegado a esta situación. Empecé a recordar vagamente lo que me había pasado. Intenté llevarme la mano al cuello, pero ésta choco contra la piedra que me envolvía. ¿Qué era yo ahora? Estaba asustado, desquiciado. Mi cuerpo temblaba y oía los pasos cada vez mas cerca. ¿Porqué estaba aquí metido? Joder no sabía que hacer. Me empecé a poner más nervioso todavía y de pronto, con una fuerza inusitada que salió de mí, rompí la piedra que me tenía preso. Me puse de pie y miré a mi alrededor. Solo una luz mortecina que provenía de una antorcha iluminaba la estancia. Esta era redonda, con algunos pilares que sostenían una cúpula que se centraban justo donde estaba yo. Miré hacia arriba y vi que en ella habían pintados unos ángeles, con una perfección tal que parecían reales. Cuando bajé los ojos hacia mis pies, me di cuenta de que había estado metido durante no se cuanto tiempo, en un sarcófago. Un ataúd de piedra. Seguía estando asustado y confundido. Me sentía mareado y con una sed terrible. Mis ojos parecían nublarse pero sin embargo, todo a mi alrededor parecía cobrar forma. Una nueva visión. No puedo describir realmente como veía aquella sala. Es la visión del vampiro. El mundo es diferente. Pero centrándonos en el relato, para mi, todo era nuevo. Miré a un sitio y a otro y entonces vi a la persona de la que procedían los pasos que había escuchado antes.
Era una chica que no tendría más de dieciocho o veinte años. Estaba allí sola frente a mi. Llevaba un camisón blanco que se transparentaba, y dejaba ver toda la belleza de su desnudez. Su pelo castaño ondulado, colgaba a un lado y se extendía por debajo de sus pechos, los cuales me indicaron que ella estaba bastante excitada por lo firme de sus pezones. Sus ojos me miraban con descaro, y eran de un verde intenso. Como si hubiesen capturado la belleza de un hermoso prado y este, se quedara encerrado en ellos para siempre. Empezó a moverse hacia mi, y noté la sed como nunca antes la había sentido. Yo quería que ella parase y a la vez, la deseaba como nada en el mundo. Un torbellino de imágenes inundó mi mente. La vi a ella de pequeña jugando, con lo que parecían sus hermanos. La vi llorando siendo mas mayor frente a una casa en llamas. Y vi a Ángelo abrazarla, alimentarse de ella y llevársela consigo. Leí su mente sin saber bien como lo había echo, y supe que quería que me alimentara de ella. ¿Qué? ¿Cómo haría yo algo semejante? Y la sed me ahogaba, y mis facciones se retraían haciendo que mi boca se abriera, dejando ver mis dientes de vampiro. Mis manos se extendieron y cuando estuve a su altura, mi instinto hizo el resto sin que yo tuviese poder real sobre mis actos. Y allí mismo, sin poder hacer nada en contra de ello, me alimenté. Bebí de ella hasta quedar saciado. Y tenía mucha sed, y la sangre entraba en mí rápida y placentera. Y bebí y bebí hasta que su corazón dejó de latir, y el mío sonaba como un martillo enorme golpeado por un Dios sobre el mundo. La cadencia de este hacía que me mareara. Dejé de beber y separé mis dientes de su cuello poco a poco, como recreándome ante mis nuevos dones, sintiendo que había sido mía por un instante bello y pasional. Y me fui desprendiendo de su cuerpo hasta que este cayó al suelo sin apenas hacer ruido. Me sentía bien. Como nunca había creído que fuera posible. Inmenso. El torbellino de emociones hacía que gozara de cada instante y entonces, sacándome de mi burbuja de placer, escuché un aplauso justo enfrente de mi.
- Bien André, lo has hecho muy bien. Normalmente los recién nacidos no son capaces. Ya sabes. El alma, el amor, las dudas. Tu no has sentido nada de esto. Has dejado a tu instinto actuar y por ello te felicito. Pero tú eres especial, ¿lo sabías? Yo lo sabía. No tenía dudas respecto a ti.
-Soy un monstruo- dije sin mirar a aquel ser-. ¿En que me has convertido?
-Solo en lo que pretendía que fueses. ¿Pero has disfrutado de este apetitoso bocado? Si, no tengo dudas respecto a eso. Y ni siquiera estas arrepentido, más bien al contrario. Te enorgulleces de tu nuevo poder.
Me hablaba y tenía razón. ¿Qué había sentido por aquella joven, cuyo cuerpo caliente estaba todavía en el suelo entre Ángelo y yo? Nada. Nada en absoluto. Solo un placer inconmensurable y asombroso. Estaba confundido, desde luego, pero extrañamente satisfecho. Sentía como la sangre de la muchacha había calentado mi cuerpo. Alcé la vista y miré a los ojos de mi hacedor. Del que me había dado esta nueva vida. Se le veía satisfecho. No me acordé de nadie en ese momento. Mi vida anterior, la muerte de mis familiares, Lucía. ¿Qué eran ellos? Solo un leve borrón en lo que había sido mi existencia, que en ese momento, al menos para mi, empezaba de nuevo. Me sentía diferente. Un nuevo yo. Disfruté de aquel momento como algo divino. Ángelo se acercó a mí y me rodeó con sus brazos, y me condujo por un lateral de la sala donde había una puerta y tras esta, unas escaleras que subían a lo desconocido.
-Bien André- me dijo-. Ahora eres mi hijo. Llevas mi sangre y te daré la posición que mereces. Ahora, cuando estés mejor, mas tranquilo, cuando estés limpio y con ropas adecuadas, te lo explicaré todo y contestaré a todas tus preguntas.


Me asearon y me vistieron. Me llevaron a una pequeña sala en donde un mozo me indicó donde estaba el baño, los utensilios de aseo. El agua estaba cálida y notaba como mis poros se abrían, haciendo que mi piel se quedara totalmente relajada. Después, como he dicho antes, me vistieron y me indicaron la dirección que tenía que tomar para ver a Ángelo. Este me esperaba y yo tenía muchas preguntas. Tenía sentimientos encontrados y sensaciones que nunca había experimentado. Por un lado; mi nueva condición de vampiro y por otro, mi humanidad perdida. No tenía remordimientos por lo que ahora era yo, ni había sentido lastima al alimentarme de aquella primera victima. Ni siquiera estaba trastocado por el cambio. Para mí, era como si fuera una evolución lógica. No era algo trascendental, ya sabéis. Era normal, y yo me sentía bien conmigo mismo. Luego, con el paso de los años, aprendí que aquello no estaba bien. Pero eso es adelantarme a mi historia.

Crucé un pasillo bastante largo, donde al final de éste se podía ver una pequeña luz. Cuando llegué al final, una gran sala se habría ante mi, llena de ventanales acristalados con pinturas de ángeles, luchando contra lo que me parecieron humanos. Estos ángeles no eran como los que describía fray León en sus sermones. Estos, a diferencia de los otros, eran grotescos, con dientes afilados y llenos de sangre, desgarrando la carne de los humanos y cortando cabezas con sus espadas en llamas. Me dio la sensación de estar en la sala principal del mismo infierno.
Al fondo y debajo justo de un tragaluz, con lo que parecía la imagen de Jesús de Nazaret, o Dios, o lo que fuera, se hallaba un gran trono que coronaba sobre una pequeña elevación. Y allí, sentado en el, se encontraba Ángelo. Vestía un traje negro de la época, con una corona de oro sobre sus rubios cabellos. Esta, estaba llena de diamantes, y en su cintura colgaba una espada preciosa. La espada de un rey.
Me miró y sonrió. Luego me hizo un gesto para que me acercara.
Observé la sala de nuevo y vi una alfombra roja que se extendía desde donde yo estaba, hasta el mismo trono donde se hallaba Ángelo. Di el primer paso con indecisión, con un leve temblor de mis piernas. Pero avancé hasta el y cuando llegué al trono dudé. No sabía que hacer exactamente, así que me arrodillé ante el, como era de costumbre hacer ante cualquier rey. Y cuando hice esto, escuché su risa resonando en el gran salón del trono.
-No tienes que hacer eso, hijo mío- me dijo sin parar de reír-. No es digno de un príncipe.
Levanté la cabeza lentamente hasta encontrarme con su mirada, y seguro que vio las dudas y la perplejidad en mi rostro pues, sin parar de reír, hizo un movimiento con la mano para que me levantara.
-Ven hijo, tu sitio está aquí. Junto al mío.
Y me hizo entender que quería que me sentara en el trono que estaba a su derecha. Yo, con el temblor de piernas todavía, me senté a su lado y el, después de besar mi mejilla y abrazarme de forma paternal, empezó a hablar.
-Tu, hijo mío, llevas mi sangre. Eres uno de los pocos con los que he compartido este don. Debes saber algunas cosas sobre nuestra raza hijo. Saber que somos y porqué existimos. Pero supongo que tendrás preguntas, sin duda, y quisiera resolver primero lo que me preguntes, y luego yo te diré lo que obvies o crea que tienes que entender para enfrentarte a tu nueva condición y posición.
Me quedé pensando un rato sin saber bien que preguntar, pero de pronto me vino a la cabeza lo mas lógico.
-¿Porqué yo?- pregunté.
Hizo una mueca con los labios esbozando una pequeña sonrisa de satisfacción.
-Me alegra que me hayas echo esa pregunta precisamente. Porque eso, hijo mío, disuelve la duda de si hice bien en elegirte, o no.
Porque tu. Veamos. Mi sangre ha sido solo para unos pocos elegidos, pero siempre he fallado en mi selección. Cuando tienen el poder suficiente, se alzan contra mí o me dejan solo, para crear más vampiros. Para hacer nuevos clanes, nuevos reinos. No les culpo, desde luego, ellos eligen su camino. Y yo no puedo retener a nadie. En ningún momento, y esto es algo que te sorprenderá, le dí la posición a ninguno que tú ostentas. Si, se que tienes la duda. Se paciente y te responderé. Yo he sido el único vampiro, pues el que me creó a mi desapareció sin dejar rastro. Y de una manera torpe, de la que siempre he estado descontento, hice crecer la estirpe convirtiendo a unos pocos y estos, a muchísimos más.
Algunos han sido grandes generales de mi ejército, pero nunca, en ningún caso, he pensado en abdicar hacia uno de mis hijos.
El porqué tu André es simple.
Te vi nacer. Por supuesto desde la distancia. Pero no me hubiese fijado en ti si no llega a ser por tu corazón. He seguido tu vida hasta que llegase el momento oportuno para tu adopción. Eres inteligente, valiente, con cierta tendencia a quebrantar normas, lo que me recuerda a mí en muchos aspectos. Pero eres sincero, caritativo, compasivo y sabes mantener la mente fría en situaciones donde muchos flaquearían. Cuando quieres algo vas a por ello, y aunque luego te arrepientas, sabes que en ese momento es lo que tienes que hacer. El porqué tu André, es simple y llanamente, a que me recuerdas a mi.
Me quedé sorprendido por su explicación. Me daba miedo pensar en que podía yo parecerme a aquel vampiro primigenio pero, por otro lado, estaba satisfecho que me considerara un igual. Que me confiara la descendencia del trono. Por supuesto, yo estaba como en una nube.
-¿Qué te gustaría saber más?- me dijo con aquella fantástica sonrisa.
-Cuéntamelo todo- contesté-. Cuéntame todo lo referente a nuestra condición, nuestra forma de existir. A que debemos temer. Cuales son mis cometidos y mis compromisos. Lo quiero saber todo.
Empezó a reír efusivamente, y observé por el rabillo del ojo como algunos criados se asomaban sorprendidos al ver a su rey de tan buen humor.
-¡Vaya hijo, esta si que es buena! Lo sabrás todo, por supuesto, pero antes, te diré solo lo necesario y poco a poco, iras descubriendo por ti mismo todo lo demás. ¿De acuerdo? Bien. Empecemos por el principio.
Se puso cómodo en su asiento y con aquella sonrisa mágica empezó a hablar:
-Todo lo que tienes que saber es que, si bien somos eternos en apariencia, también hay cosas que pueden acabar con nuestra existencia en un segundo.
Veamos- dijo, luego alzó la cabeza y me miró fijamente-. Nosotros mantenemos un equilibrio de coexistencia con el hombre. Nos alimentamos de ellos pero de una manera segura, sin desecar la tierra en donde nos nutrimos. Tenemos que hacer creer al mundo que solo somos un mito, una leyenda, un cuento de viejas. De esta forma podemos prolongar nuestra estancia en cualquier lugar en donde decidamos vivir. ¿Entiendes esto André?
Asentí con la cabeza. Luego el continuó.
-Desde luego estas reglas se aplica solo a los que están por debajo de nosotros. Tu puedes dar rienda suelta a tu sed hijo mío, y nuestros lacayos se encargarán de que para el mundo mortal, solo haya sido un accidente. Algo desafortunado. Con respecto a lo que nos puede hacer daño, debes saber y entender porque es muy importante, que solo el fuego puede destruirnos. Solamente eso. Pero también existe un material muy consistente, parecido al acero, que se puede transformar en cualquier arma para acabar con nosotros. Se llama Kélodon, y fue descubierto por un caza vampiros hace siglos. En contacto con nuestra piel, es fatal para nuestra vida. Por otro lado si alguien es tan rápido como para llegar con su espada a cortarnos la cabeza, bueno. No podemos vivir sin cabeza. Es así de simple. Debes saber también, que podemos salir a la luz del sol y pasearnos por ahí como un simple mortal, pero nuestros poderes merman de tal manera que llegamos a ser más débiles que cualquier humano. Tampoco podemos alimentarnos de día.
Existen otros seres que habitan las sombras de este mundo.
Hay inmortales que son enteramente humanos y su poder me es desconocido. Pero no solemos tener problemas con ellos. Mas bien al contrario. En ocasiones, nos ayudan en nuestros propósitos haciendo de espías y tareas similares. También están las brujas, que con su magia oscura logran vivir milenios. Muchas veces nos llevan de cabeza. Por ejemplo, Lucía. Pero ya te hablaré de ella mas adelante.
Tenemos alianzas con los árabes. Nosotros extendemos a fuerza de espada y sangre sus territorios, y a cambio recibimos grandes sumas de dinero. Estos lujos que nos rodean no se pagan solos hijo. Y creo que eso es lo principal que tienes que saber… Veamos. Ah si. Serás adiestrado por uno de mis coroneles para convertirte en el general de mi ejército. Y creo que eso es todo. ¿Tienes alguna pregunta?
Mi cara debió de reflejar algo parecido a la conmoción que siente una persona al chocar contra un muro. La información recibida entraba como un torrente, y mi cerebro intentaba clasificarla. Vaya. Estaba totalmente eufórico y dudoso. Como lleno de bruma.
Ángelo debió de reconocerlo en mi expresión, y con su peculiar sonrisa, y su brazo apaciguador rodeándome los hombros me dijo:
-Lo harás bien hijo mío. Lo harás muy bien.
Y con estas últimas palabras, que me inyectaron moral y seguridad, me convertí en el más grande general que las tropas vampíricas hayan tenido jamás.
Fui el gran general André.

miércoles, 9 de marzo de 2011

CAPITULO 3 - En el principio...



Ella era feliz en aquel paraíso.
El jardín del Edén, era la obra cumbre de Dios.
Después de crear el cosmos, los planetas, Dios tuvo predilección por la tierra y allí arrojó sus semillas. Separó las tinieblas de la luz, los mares de la tierra, plantó árboles apetitosos a la vista, creó a los animales y entonces, los creó a ellos.
Dios cogió arcilla del suelo, y de la misma tierra, creó al hombre y a la mujer. Los primeros habitantes de aquel jardín a imagen y semejanza de Dios.
Lilit fue feliz junto a Adán. Observaban la gran obra con entusiasmo, alabando al creador. Cumplían con su misión como era debido.
Adán era el gran jefe pues Dios le había dicho que mandaría sobre todas la bestias, sobre todos los frutos. Y Adán era bueno en su cometido, pero a Lilit la solía dejar de lado. El pensaba que estaba por encima de ella. Al fin y al cabo, el era el hombre.
Y los días fueron pasando. Días felices para la pareja en que estos hacían el amor sin preocupaciones.
Lilit se daba cuenta de que Adán siempre se ponía encima de ella para el acto, y aunque al principio estaba bien, ella también tenía necesidad de estar encima. Tenía inquietudes y dudas. También observaba que todas las bestias se dirigían  a Adán para cualquier problema, y que ella era como si no existiese. Y cada vez que sucedía algo, Dios solo hablaba con el hombre.
¿Por qué, si habían sido creados iguales, de la misma tierra y al mismo tiempo, ella era como una ayuda más dispuesta para el hombre y no una igual?

Un día, en el que los dos se disponían para el acto amatorio, Lilit decidió decirle a Adán, que quería estar encima esta vez.
-¿Cómo dices?- dijo el-. ¿Acaso no te das cuenta de que soy yo, y no tu quien tiene que estar encima?
Lilit dudó un instante. Finalmente se atrevió a preguntar.
-¿Cuál es la razón de que así sea? ¿Cuál es el motivo de que tu estés por encima mío en todas las cosas, cuando fuimos creados por Dios igual?
Adán la observó un momento. Pensó la pregunta pero no sabía que contestar.
-Yo soy el hombre, a imagen de Dios- dijo este-. Tú eres solo mi compañera, y por eso debes de obedecerme en todo, apoyarme en todo. Ese y no otro es el mandato del Creador.
Lilit se puso furiosa ante esto.
-¿Solo tu compañera? ¿Obedecerte en todo? No creo que Dios quiera esto. Nos creó por igual, mujer y hombre por igual, a imagen y semejanza suya.
Se quedaron en silencio y ella decidió que ya no quería hacer el amor. Que tenía sueño y solo quería dormir.
Adán se enfureció pero lo dejó pasar. Pensó que, al ser alguien inferior a el, no comprendía el mensaje de Dios. No comprendía el mandato divino. Hablaría con ella por la mañana.

Al día siguiente Lilit despertó sola. Adán no estaba a su lado.
Se desperezó lentamente mientras miraba con asombro un nuevo amanecer. Le gustaba el amanecer, y como estaba dispuesto todo en aquel hermoso jardín. Seguía enfadada con Adán, pero al ver aquella inmensidad, aquella magia asombrosa, aquel perfecto equilibrio que era la creación, el enfado cada vez le importaba menos.

Decidió hablar con Adán, decirle que lo sentía, que la comprendiera. Que no se preocupara por nada, que le quería. Entonces se encontró de frente con el.
-He hablado con Dios- dijo-. Mandará a uno de sus arcángeles para que entiendas la situación.
Lilit se quedó paralizada ante esto. ¿Qué pasaba?
Ella quería pedirle perdón a Adán. ¿Por qué había hablado con Dios?
-Ve al árbol de la vida- le dijo-. El te estará esperando allí.
Lilit no dijo nada. Y vio como Adán le daba la espalda. Sin explicación, sin un porqué.
Tenía una extraña sensación. Como de angustia, aunque ella no supiera realmente que era eso. Solo era un “algo” extraño. Una sensación que no había experimentado.
Echó a andar sin pensar en nada, con la mirada baja. Continuó por uno de los grandes valles, cruzando un hermoso lago, bajo una gran cascada y allí, en lo alto de un montículo se encontraba el árbol de la vida.
Y aquel ángel estaba allí esperándola. Majestuoso y hermoso. Grandioso con sus alas recogidas, sentado junto al tronco del árbol.
Aquellos seres vivían junto a Dios en los cielos. Eran parte de él, parte de su magnificencia, de su inmensidad. Y ella seguía con aquella extraña sensación. Pero se fue acercando poco a poco.
El giró la cabeza y la vio llegar.
-Dime Lilit, ¿Qué te aflige?
El porte de aquel querubín era grácil, y a la vez fuerte. Lleno de luz. Hermoso.
-Me siento confusa- dijo Lilit-. ¿Porqué Adán es el favorito de Dios, mientras que yo soy solo para su disfrute, y para hacerle compañía, si el y yo somos iguales? No lo entiendo. ¿Qué soy yo?
El ángel sonrió. Le indicó con un gesto de la mano, para que se sentara a la sombra del árbol de la vida. Junto a el.
-Dios dijo: Creced y multiplicaros. Tú eres importante pues, traerás la descendencia a este mundo. El hombre gobernará y tu criarás a sus hijos para que estos tomen el relevo de su padre.
Lilit quedó sorprendida ante esta respuesta. No le gustó nada.
-Entonces, ¿yo solo soy una compañera?
El ángel frunció un poco el ceño, luego, volvió a sonreír.
-Eres la mano derecha del hombre. Le ayudarás en su cometido, aconsejaras en sus dudas y le darás amor. Debes entender que Dios, no pensaba crear a nadie mas. Pero creó a Adán, y vio que era bueno aquello, y decidió darle una compañera para que no estuviera solo, y así poder seguir la vida generación tras generación.
-Ya entiendo- dijo Lilit-. Solo soy eso. Una distracción.
-No me has entendido- continuó el ángel-, eres la encargada de…
-Ya ya- cortó Lilit-. Se lo que soy. ¿Tu que opinas al respecto?
-¿Yo?- el ángel quedó un poco confundido ante la pregunta-. ¿Qué importancia tiene lo que yo opine? Solo hago y ejecuto lo que Dios dice. El es nuestro creador.
-Está bien- dijo Lilit con orgullo-. Deseo hablar contigo de nuevo. Dile a Dios que tengo dudas. Tu me las aclararás, ¿de acuerdo?
No molestaré ni me entrometeré en nada. No haré enfadar a Adán y le ayudaré y le apoyaré en todo. Pero necesito hablar contigo. Necesito saber, tener respuestas. Solo pido eso. Díselo a Dios. ¿Lo harás por mí?
Por un momento el ángel vaciló, pero luego asintió mostrando su sonrisa.
-Volveremos a vernos entonces Lilit.
Y alzó las alas, miró hacia arriba y ascendió lentamente primero, y luego mas rápido hasta que se perdió de la vista de la mujer.
Lilit se giró sonriendo, y se dio cuenta de una nueva sensación que recorría su cuerpo. No era como la de antes. Lo que sintió cuando fue llamada era un temor oculto. Un miedo irracional hacia lo desconocido. No. No era eso. Lo que sentía Lilit ahora era amor. Estaba enamorada de aquel querubín, y la razón del porqué quería verlo era por ello, para tenerlo aunque fuera un poco en unos instantes. Lilit estaba totalmente enamorada de aquel hermoso ángel.

Los días fueron pasando y Lilit cumplió su palabra.
Lo que la mantenía, lo que hacía que no se enfadase con Adán, que no se aburriera e incluso que no sintiera asco al hacer el amor con el, eran las visitas del ángel.
Su mundo era solamente el. No había nadie más. Y ella veía que el se mostraba receptivo en las muestras de cariño que esta le confería.
Notaba que sus conversaciones eran mas profundas en el sentido del ser, de ellos dos. Ya no existía Adán, ni Dios. No hablaban de la creación o del jardín. Solo de ellos.
El le contaba cosas del cielo, de sus hermanos, de las jerarquías que estaban establecidas en el reino de Dios. Y ella hablaba de sus miedos, sus inquietudes. Aquellas extrañas sensaciones nuevas que experimentaba con el pasar de los Días. Hasta que Lilit no pudo más. Bajo el árbol de la vida, en aquella colina con esa maravillosa vista, ella tenía que decirle que sentía.
-Te amo- dijo con un susurro, un poco ruborizada-. Te amo desde el primer momento en que te vi. Siempre te he amado.
-Lo sé- contestó el ángel-. Siempre lo he sabido. Y aunque me cuesta reconocerlo por el temor que le tengo a Dios, no puedo, aunque quisiera, negar esto que siento.
Lilit sonrió y se abalanzó contra el abrazándolo. El ángel al principio se resistió un poco, pero luego no pudo reprimir la pasión, el amor que sentía hacia aquella humana.
-Hazme el amor- dijo la mujer-. Hazme el amor y hazme tuya. Hazme sentir verdaderamente una mujer.
-No puedo- contestó el ángel-. No soy humano. Me temo que no tengo los atributos. Tendría que transformar mi cuerpo.
-Hazlo- dijo ella-. Hazlo y después si es necesario huiremos de aquí. Tu y yo.
El ángel dudó por un instante. Miró a los ojos de Lilit y no podía resistirse. Estaba cansado de ser un siervo de Dios, de cantar sus alabanzas, de cumplir sus órdenes. Sus pensamientos corrían por su mente como un torbellino. ¿Estará bien, estará mal? ¿Qué haría Dios cuando se enterase? Y seguro que se enteraría. El es omnipresente. Dudaba. Si hacía eso no podría volver al cielo. No se lo dijo a la mujer, y después de pensarlo un tiempo accedió.
Estaba perdidamente enamorado, y solo quería estar junto a ella.
Su cuerpo se transformó lentamente. Sus alas fueron desapareciendo como si nunca hubieran existido, y su luminosidad se fue desvaneciendo. Cuando el proceso terminó, agarró a la mujer por la cintura, la estrechó entre sus brazos y la besó.
-Ámame- dijo el ángel. Y dejaron que la pasión liberara sus instintos. Y allí, bajo el árbol de la vida, hicieron el amor.

martes, 1 de marzo de 2011

CAPITULO 2 - André el vampiro

La única causa perdida es la que se abandona.
Eso creo al menos, y tengo tiempo para ello. El tiempo no es un problema cuando eres inmortal.
Perdón, que falta de tacto. Ni siquiera me he presentado, ¿verdad?
Mi nombre es André, y soy vampiro. Tengo el pelo largo casi hasta los hombros. Mis ojos son de un marrón antinatural y mi piel es blanca como el marfil, aunque paso bastante desapercibido entre los mortales. Mido un metro ochenta y mi figura está bien proporcionada. Soy muy apuesto, y no lo digo por que sea un presumido o un vanidoso. Lo sé porque he roto muchos corazones y porque así me lo han hecho saber todas mis conquistas.
Soy orgulloso, inquieto, buen conversador y mejor observador.
Dejé de ser humano hace tanto que me invade el olvido. Pero como he dicho antes, después de lo que sé, el tiempo es el menor de mis problemas.
Quisiera que mi relato os entretenga y os divierta. Que sea ameno.
Que disfrutéis de cada situación, de cada momento, como si vosotros fueseis los protagonistas. Que os pongáis en mi piel y dejéis ese mundo vuestro. Ese en el que la mortalidad es dueña de vuestro tejido carnal, tan débil como una flor apunto de abrir.
Que seáis yo por unas horas.
Lo que quiero contaros es real. Los vampiros existimos y estamos entre vosotros pero, no tenéis de que preocuparos, creo, por el momento.
Querría contaros los hechos cronológicamente, y empezaré por supuesto, a cuando solo era un muchacho mortal. Creo que es importante. Al menos lo suficientemente importante para tener un orden que os ayude a situaros y a mi a recordar.
Bien, veamos. Por donde empiezo… Si.

Nací el 25 de Febrero del año 1.447
Mi madre nos abandonó a todos después de nacer yo.
Nunca supe el porqué pero, lo que si entendí bien es que mi padre me echaba la culpa de su huída. Mi padre era un hombre robusto, de espaldas fuertes, con demasiadas arrugas en el rostro y varias cicatrices por el cuerpo. Un tipo duro. Descargaba sus borracheras contra mi, dándome palizas de muerte por cualquier motivo tonto. Seguramente estaba resentido por lo de mi madre, y yo no le importaba una mierda.
Odiaba a mi padre.
Mi hermano mayor, Lucas, era hijo de la primera esposa de mi padre, que murió a los dos años de nacer este. Enseguida mi padre conoció a Liliana, mi madre, se casaron y nací yo. Mi hermano era mi apoyo y el único motivo por el que todavía no me había escapado de casa todavía.
Cuando tenía 18 años, harto de las palizas y sabiendo que mi padre ya no podía conmigo, desafiaba su ira riéndome de el.
“Viejo inútil”, le decía, y el se enfadaba mas, hasta que harto de perseguirme por la casa y borracho como estaba, caía exhausto al suelo. Yo me acercaba y le escupía, y le dejaba ahí tendido durmiendo la mona.
Mi hermano recriminaba mi conducta, y yo no replicaba. Agachaba la cabeza, pedía perdón y me iba a dar una vuelta o al camastro. No podía decirle nada a mi hermano. El había lidiado bastante entre mi padre y yo. Me había librado de alguna paliza, curaba mis heridas y me daba el amor que necesitaba. Yo estaba dispuesto a matar por el. Era lo único que tenía en este mundo.
Mi hermano no se había casado a pesar de ser apuesto.
Creo que se sentía obligado por culpa de mi padre. El quería escapar de aquella casa, y yo lo sabía bien, pero el intentaba mantener unido el núcleo familiar. Mi hermano era un preso prácticamente.
Pero era muy apuesto y algunas mozas de la villa le rondaban.
Una en especial, Lucía, de ojos marrones claros y pelo oscuro. De silueta delicada aunque voluptuosa, la piel rosada y unos andares que mareaban al que la miraba, era la favorita de mi hermano. Estaba colado por ella pero no se decidía.
Ella lo tenía embrujado, y se le notaba el nerviosismo cuando por la tarde, al volver a casa después de la jornada de trabajo se cruzaba con ella y esta, con una voz dulce le decía: “Buenas tardes Lucas”, y el tartamudeaba al contestarle.
Yo hacía bromas sobre esto y sacaba de quicio a mi hermano.
Pero el nunca se enfadaba. Me miraba y sonreía, me abrazaba y luego con gesto serio me decía si me gustaba para el.
-Es perfecta para ti-. Le decía yo. Luego me abrazaba fuerte y me besaba en la mejilla. Me revolvía el cabello con la mano y sonreía.

Una mañana fría y con unas nubes negras en el cielo, hayamos a mi padre tirado en la puerta de casa.
Estaba muerto.
Recuerdo que cuando mi hermano lo tocó para despertarlo y este no se levanto, se me dibujó una pequeña sonrisa en el rostro.
Está mal, pero deseaba que muriera.
Durante toda la noche velamos el cuerpo, y a la mañana siguiente lo enterramos. Las nubes negras se decidieron a descargar con furia todo lo que llevaban dentro, y nos empapamos mientras trasladamos el ataúd al cementerio. Y durante el oficio para su descanso eterno. Pensé que era la venganza de mi padre.

Desde aquel día fuimos mas felices que nunca.
Mi hermano se decidió por fin a pedir la mano de Lucía, y se casaron pronto. Ella vino a casa a vivir y nos cuidaba a los dos de una manera tan especial, que a mi me parecía que era todo muy irreal. La casa estaba limpia como nunca, nuestras ropas. Unas comidas deliciosas. Ella era la esposa perfecta. Y me mimaba como si fuera su hijo, aunque solo me llevaba un par de años.
Yo empecé a ir de taberna en taberna, dejándome seducir por las muchachas de mala vida y disfrutando al máximo de mi juventud en los bajos fondos.
Mi hermano se ponía furioso conmigo por la vida que estaba llevando.
-¿Crees que llegarás a algo en la vida?- Decía el siempre. Yo me callaba normalmente, pero otras veces, mas por el alcohol que por otras causas, le contestaba.
-Se llama vivir hermano. Es algo que tú nunca has hecho, ¿verdad?- Y veía como se sentía dolido y decepcionado por mi conducta.
Las discusiones eran intermitentes. Normalmente reinaba la paz, la felicidad. Era como una burbuja que nadie lograría atravesar.
Cuando reñíamos mi hermano y yo, Lucía siempre hacia de arbitro y calmaba a mi hermano. A mi me regañaba pero con una sonrisa en el rostro, como queriendo decir “disfruta”, y yo lo hacía. Quiero decir que disfrutaba.
La felicidad es efímera.
Pero es tan bella, tan elegante y atrayente. Nadie en el pueblo era como nosotros. Nadie…

Pero sabía que aquello era demasiado bonito para ser verdad, y la desgracia golpeó nuestra casa durante el invierno de 1.471, justo cuando empezaba a creer que nada malo podría pasarnos.
Mi hermano empezó a toser por culpa de un resfriado mal curado, que cogió una mañana trabajando bajo una intensa lluvia. Muy parecida a la del día del entierro de mi padre.
Empezó a empeorar con bastante fiebre, dejándolo postrado en la cama casi sin poder respirar. Una bronquitis, eso había dicho el medico. Mi hermano no mejoraba y el buen doctor nos decía que nos preparásemos para lo peor. Que no lo había pillado a tiempo.
Lucía lloraba fuera de la casa casi todo el tiempo, para que mi hermano no se diese cuenta. Y yo parecía un fantasma, abatido y borracho casi todo el tiempo, para aliviar el dolor.
Una noche Lucía salió al pequeño salón. Yo estaba sentado en una silla frente al fuego, con una botella casi vacía de vino en la mano, con la mirada perdida como casi siempre desde que supe la noticia, y entonces ella se puso frente a mi.
-Tu hermano quiere verte. Quiere hablar contigo.
Alcé la vista hasta los ojos de ella, que estaban vidriosos por el continuo llanto.
-No-, respondí sin mas.
-El quiere verte y tienes, no, debes de ir. Te quiere y sufre por ti. ¡Ve a verle por el amor de Dios!
Me quedé mirándola un rato tras sus palabras, con la furia desbordando mis sentidos y un poco perplejo por aquel grito. Ella nunca gritaba, pero la situación le desbordaba. Era lógico.
Tiré la botella al fuego de mala gana y el vidrio se esparció por toda la chimenea. Me levanté, noté las rodillas un poco entumecidas y temblorosas, me giré y di el primer paso hasta la habitación de mi hermano, luego el segundo y antes de dar el tercero volví la cabeza hacia Lucía.
-Dios no existe en esta casa. Hace mucho tiempo que nos dejó.
Y después de decir esto entré con decisión para hablar con mi hermano, a pesar de que las piernas aún me temblaban y el corazón me latía a una velocidad de espanto.

La imagen era desoladora.
Una vela arrojaba una tenue luz sobre el rostro de mi hermano, que parecía un ser de otro mundo luchando por no morir, con los ojos hundidos y la piel tan blanca como la nieve. Temblaba un poco y hacía un esfuerzo sobrehumano para intentar levantarse un poco. Hizo un gesto con la mano para que me aproximara y yo obedecí.
-Mi final está cerca André.
Esas palabras se clavaron en mí con tal fuerza que casi caigo desmayado, pero no dije nada, solo miré y asentí un poco para que continuara. Sabía que le costaba respirar.
-Solo quiero pedirte que cuides de Lucía cuando me haya ido.
Que cambies tus hábitos un poco. Que seas un hombre.
Dios así lo quiere-. Mi furia estalló y grité.
-¿Dios hermano, de verdad hablas de Dios? ¡Dios es un mierda que se divierte con la humanidad joder! ¡No somos nada para el!
Pero tu le imploras, y hablas como si tu alma se fuera a salvar, como si fuera a ser acogida por el en el paraíso. Pero siento contradecirte hermanito porque hace mucho que estamos condenados.
Me miró con los ojos desorbitados, con rabia, y vi que se le escapaban algunas lágrimas. Había tensión y excitación en el y empezó a toser.
-¡Vete ahora, nadie te retiene! ¡Huye como siempre has querido puesto que no hay salvación! El único maldito aquí eres tu, y yo siempre he tenido paciencia. Me pongo enfermo y tu reacción es emborracharte en la taberna como un imbécil, acostarte con mujeres casadas y luego desafiar a sus maridos a batirse en duelo.
¿A cuantos has matado André, a cuantos dí? ¡El único maldito aquí eres tú, y no tienes salvación!- Tensión por un momento, pero luego su expresión cambió. Su rabia cesó, y me habló con voz calma, como siempre había hecho. –Solo quiero que seas un hombre, que seas feliz, que disfrutes de la vida y que cuides de mi mujer y la ayudes a llevar la pena. Solo eso. Te quiero André, lo sabes. No me falles, mejor dicho, no te falles a ti mismo. Por favor, hazlo por mi.
Me había desarmado totalmente. Ya no sentía rabia, solo dolor. Un dolor inmenso que me abrasaba el alma. Levanté la mirada hacia el y solo acerté a decir: -Lo siento.- Me di la vuelta y salí de allí.
Cogí una botella de un estante, la abrí, me senté de nuevo frente al fuego sin hacer caso de la presencia de Lucía y empecé a beber.
Aquella noche mi hermano murió.

Ordené que se enterrara a mi hermano en la parte alta del cementerio. Por nada del mundo quería que su cuerpo descansara junto al de mi padre.
Llovía intensamente, como la ultima vez.
Lucía no podía ir porque no se tenía en pié, y se quedó en casa con su madre. Llegué con la comitiva y lo enterramos. Un par de padres nuestros oficiados por Fray León y ya está. Todo había terminado.
El buen Fraile se acercó a mi para darme unas palabras de apoyo.
-Ahora tienes que ser fuerte Andrés, mas de lo que fue tu hermano en vida. ¿Estas de acuerdo?- Asentí, pero no dije nada. El Fraile me dio unos golpecitos en la espalda y se marchó.
La lápida la hizo un amigo mío que era cantero en mármol negro, con unas letras preciosamente talladas. Me quedé allí un rato.
Lloraba amargamente. Me sentía solo y no quería creer que el se había marchado, que ya no estaba entre nosotros. Me senté en el suelo embarrado, bajo la intensa lluvia y empecé a orar. Poco a poco me empecé a sentir muy cansado, y el sueño se hizo presa de mi a pesar del aguacero. En un momento estaba profundamente dormido.

Soñé que corría por un valle frondoso, con el sol en la parte mas alta del cielo y sin ninguna nube. La temperatura era perfecta y yo solo tenía ganas de correr. Y corrí y corrí por aquel valle, como si no hubiese nada en este mundo. Yo solo corría.
De repente llegué a un precipicio y ya no pude seguir corriendo, y quise saltar pero no tenía fuerzas. La carrera me había dejado agotado. Me di la vuelta y aquel valle ya no existía. El terreno estaba lleno de matorrales secos y árboles con grotescas formas, el cielo encapotado con nubarrones negros y una intensa lluvia que dolía cuando te golpeaba. Quise escapar de allí pero en un momento unos lobos se habían acercado y me cortaban el paso, y no tenía huída posible. Me enseñaban sus dientes, gruñían y se acercaban hacia mi. Miré al suelo para ver si había un trozo de madera, una piedra o algo lo suficientemente grande y duro para golpearlos, pero no había nada en absoluto. Empecé a sentir pánico, y ellos se acercaban cada vez mas. Se miraban entre ellos para ver quien atacaba primero, y yo los observaba para intentar contrarrestar el ataque. De repente dos de ellos se lanzaron hacia mi, y cuando intenté esquivarlos, me di cuenta de que me habían engañado. Que mientras estos me persuadían, otro había logrado acercarse tanto que me tenía a su merced. Me quedé petrificado y el lobo consiguió clavarme sus colmillos en el cuello.
Dolor.

Desperté de repente y me dí cuenta de que estaba todavía en el cementerio, que estaba empapado y que frente a mi se encontraba Lucía, que intentaba levantarme en vano y no paraba de gritar mi nombre. Yo me sentía aturdido y me desmayé.
El dolor en el pecho era insoportable. La angustia al abrir los ojos y ver que el techo me daba vueltas, que todo a mi alrededor se movía y sobre todo aquel dolor, aquella presión en mis pulmones.
Las horas pasaban, o al menos lo que a mi me parecieron horas, confundiéndose con mundos de fantasía en un delirio extremo. Posicionando la locura hasta dentro de mi alma, arrojándome al vacío de mis fiebres hasta lo mas hondo y profundo de mis sentidos.
¿Moriría? O como a veces me temía, ¿estaba muerto ya?
¿Era eso la condenación de mi espíritu, de mi alma inmortal?
Noté frescor en la frente y abrí los ojos poco a poco. Los ojos me escocían y el pecho seguía doliéndome, y me presionaba entrecortando mi respiración haciendo insoportable cada bocanada de aire.
Notaba que la vida se me escapa.
-Bienvenido- dijo ella-. Parece que estas mejor.
¿Mejor? Desde luego no es la sensación que yo tenía al respecto.
Me quitó el paño de la cabeza para ponerme otro. Se agachó hasta la altura de mi oído. –Descansa- me susurro-. Lo necesitas.
Luego me besó en la mejilla y se marchó cerrando tras de sí la puerta, y me dejó allí solo con la única compañía de mis pesadillas y aquel dolor insoportable en el pecho.

Caí de nuevo en brazos de Morfeo.
¿Días, semanas, meses? Lo ignoraba. Pero lo que sí sabía cierto es que me estaba recuperando. Y Lucía me cuidaba como una madre a un hijo, y ese cariño, ese afecto que mostraba. Esa delicadeza tierna y sensual estaba haciendo que empezara a sentir algo por ella. Pero no. Yo no podía hacer nada al respecto. No podía traicionar la memoria de mi hermano de semejante manera. ¿Estaría ella sintiendo algo por mi? Por primera vez la veía como mujer. Elegantemente hermosa. Delicada.
¿Pero que me estaba pasando? ¿Qué clase de burla era esta?
Tenía que quitarme la idea de la cabeza, por supuesto. Pero no podía. Con cada gesto de ella se incrementaban mis ansias por poseerla, por hacerla mía. Miraba al techo de la habitación y pedía perdón a mi hermano. Pero cada vez que cerraba los ojos me veía con ella, desnudos en un torrente de pasión exagerada. Dejando a nuestros sentidos explorar la carne, sin poder alguno para retener nuestros bribones apetitos. Solo el exceso. Y empezaba a llorar por este tormento, y volvía a pedir perdón al cielo, a Dios o a mi hermano. ¿Para que? Al fin y al cabo nosotros éramos humanos. Éramos la suma de nuestros instintos.
Pero, ¿y ella? ¿Que pensaría ella?
Cuando me fui a dar cuenta estaba totalmente bien. Supe que habían pasado meses y que 1.472 había llegado mientras yo estaba en la cama, y que mi veinticinco cumpleaños también había pasado sin que yo me diera cuenta. Pero estaba despierto y totalmente recuperado. Ya no me dolía nada. Y eso era bueno en parte, porque ahora tendría libertad de movimiento para hablar con Lucía de lo que sentía por ella.
¿Qué si era amor? No creo que fuera tal cosa. Era deseo. El deseo de tenerla entre mis brazos, besarla y desnudarla hasta hacernos un solo ser.
Intentaba hablar poco con ella, aunque esta intentaba darme conversación, me tocaba la mano y me mostraba un cariño anormal. Yo respondía a sus preguntas con monosílabos, en intentaba siempre escabullirme de algún roce, de alguna caricia.
Intentaba alejarme de ella. Pero cuanto mas lo intentaba, menos lo conseguía.

Supongo que es natural que pasara de esta forma.
Una noche, yo estaba sentado frente al fuego, pensando en mis cosas y, bueno, ella me llamó a su habitación.
No supe que pensar. No quería ir, y en un primer momento contesté con un no rotundo. Ella volvió a llamarme pidiéndome por favor que fuera. Accedí finalmente.
Cuando abrí la puerta la vi de pié en la estancia, bajo el reflejo de la pálida luz de una vela, totalmente desnuda. La observé durante un momento. Miré sus ojos. Sus labios hicieron un movimiento y de ellos salieron las palabras, “ven”.
No lo pensé. Me desnudé con la impaciencia de un principiante, y sin mediar palabra alguna, nos entregamos el uno al otro. Una y otra vez, sin descanso, hasta que estuvimos totalmente saciados. Luego nos abrazamos, y ninguno de los dos dijo nada. Nos miramos, nos acariciamos, nos besamos…
Ella empezó a llorar.
No supe responder, eso esta claro, y desbordado por la situación me levanté, me vestí y salí de la casa. Me puse a caminar en mitad de la noche sin rumbo alguno, con la mente aturullada y confundida.
La noche era clara porque la luna brillaba como nunca había visto. Y caminé intentando no pensar hasta que llegué a un claro, que no sabía muy bien donde estaba situado. Nunca había estado allí. Miré alrededor y me sentí desconcertado. ¿Dónde coño estaba? Un escalofrío me recorrió el cuerpo, y escuché una voz en mi cabeza. “André”
¿Qué estaba pasando? Me sentía bloqueado. Quería correr, escapar de aquel sitio. “André”
Sentí miedo, y cuando intenté aclarar la mente comprendí que estaba en peligro. Solo pensé en una cosa.
Había dejado a Lucía sola, llorando.
Solo quería estar con ella, y de nuevo aquella voz.
“André”

lunes, 7 de febrero de 2011

CAPITULO 1 - Cieza 2.010


Marcos corría desesperadamente hacia la Esquina del Convento por el medio del Paseo. Miraba hacia atrás de reojo, y aunque no conseguía ver a su perseguidor, sabía que este se acercaba peligrosamente. Avanzaba en un torbellino de emociones y el sudor sanguinolento, típico de los vampiros, le corría por doquier. Corría sin parar, chocando en algunos bancos, tropezando con los adoquines hasta caer en varias ocasiones. El paseo estaba adornado de pinturas abstractas rindiendo homenaje a pintores y poetas, escritores y artistas en general. Al llegar a la altura del mural dedicado a Picasso, Marcos cayó y quedó su cabeza a la altura de un escrito que rezaba; ¿”Cuándo amanecerá”?
Consiguió levantarse a toda velocidad y avanzó.
Estaba ya en la plaza, justo al lado del antiguo juzgado, casi alcanzando la puerta de la iglesia cuando algo le golpeó violentamente y este cayó al suelo. Sin pararse a mirar, Marcos se levanto lo más rápido que pudo y continuó su huída. Llegó a las puertas y estiró las manos para alcanzar la cancela cuando de repente, e igual que antes, notó otro golpe fuerte en el pecho y del impacto atravesó las puertas, y se dio de bruces contra el suelo sagrado de la iglesia. Esta vez miró a su alrededor. No había nadie. Sentía el olor a cirios ardiendo, y un extraño perfume característico de los lugares sacrosantos. Por un momento su mente voló hacia su infancia, cuando del brazo de su madre solía ir a los oficios. Cuando la inocencia del infante estaba presente en el, en aquellos maravillosos años sin preocupaciones. Recordaba también el olor de la calle cuando las gentes se congregaban en Semana Santa, y todo era alegría y jolgorio. El olor del primer amor adolescente, cuando quedó perdidamente enamorado de aquella chica de piel clara y tersa. De sus ojos color miel y su hermosa y larga melena azabache. El olor del primer beso y del deseo, y de aquel primer contacto carnal del sexo. El olor del sudor, de dos cuerpos abrazados y respirando al unísono entregados por la pasión. El olor agrio del abandono, de la primera traición. El olor sutil de la muerte de su madre, de la pérdida y de la soledad. El olor del silencio y de la entrega completa a la desesperación. Del primer encontronazo con el vampiro, aquel olor dulce del ofrecimiento de la inmortalidad y de la total entrega a aquel ser. Aquel demonio con vestigios de ángel etéreo. Aquel hermoso monstruo que se alimentó de el y luego le entrego esa vida, esa existencia. Aquel ser, precisamente, el mismo que le perseguía en aquel momento.
Marcos despertó de su ensoñación. Silencio.
A su alrededor no había nadie; caminó un poco hacia el altar y sus pasos resonaron como cañonazos en una batalla por toda la iglesia. Miedo.
No se sentía así desde hacía mucho tiempo, y notaba como su cuerpo le temblaba. Miraba a los rincones oscuros en busca de alguna sombra, de algún movimiento extraño o exagerado; invisible para el ojo humano pero no para un vampiro. Nada. Silencio sepulcral.
Se levantó ayudándose de la mano, apoyándose en uno de los pilares y miró las velas que tenía a un extremo de la iglesia. Decidió ir al frente, hacia el altar, para ver mas de cerca aquellas imágenes de los santos, y para tener un mejor lugar para el próximo ataque de aquel ser.
El sitio era frío y húmedo; penetraba la carne abriéndose camino hasta los huesos, y Marcos lo sentía como nunca había notado el frío. Aquel frío tan parecido a cuando se convirtió en un vampiro.
El que notó cuando su cuerpo se quedó casi por completo sin sangre, y luego, aquel sentimiento cálido al beber el primer trago del elixir inmortal, que se deslizó como un torrente abrasador por su garganta. Como fuego líquido.
Por un momento su cuerpo se estremeció, pero enseguida quitó ese pensamiento de su cabeza y se puso de nuevo en guardia.
Aquel ser estaba cerca.
Marcos en realidad amaba de alguna manera a ese monstruo porque, al fin y al cabo, era ese ser quien lo creó, quien le dio el don de la inmortalidad. Fue de él de quién bebió, y del que aprendió a ser lo que era. Cosas como que nada podría matarlo salvo la luz del sol, o el fuego, que lo convertiría en cenizas en un instante. Y el material. Aquel material muy parecido al acero, creado por seres antiquísimos por medio de alquimia, capaz de matar a los vampiros con solo tocarles. Aquel material era a los vampiros, como la plata para los hombres lobo, solo que los hombres lobo no existían.
El kélodon. Así era como se llamaba aquel material.
Antiguamente, los que mas lo utilizaban era los caza vampiros, pero ahora, en esta época maravillosa de incredulidad, todas esas cosas pasaron a ser leyendas.
Pero Marcos amaba a aquel ser.
Era su padre a todos los efectos, y sabía que tarde o temprano, el mismo que le dio la vida, vendría a arrebatársela.

Las vidrieras de la iglesia daban una cierta luz fantasmagórica al lugar.
Ruido y furia.
Unas de las vidrieras estalló en mil pedazos, cayendo al suelo, frágil como las primeras nieves en una cordillera, relucientes como pequeñas luces de neón. Y aquel ser estaba frente a Marcos.
Sonreía.
-¿Hacia tiempo verdad?
Marcos miró los penetrantes ojos de su hacedor. Agachó la cabeza en señal de saludo y luego, con valor, le devolvió aquella risa.
-Apenas he pensado en ti. Me abandonaste a mi suerte. ¿Es un crimen que el aprendiz se convierta en maestro y se alce en contra de su padre?
Silencio.
El ser miró a Marcos satisfecho de su obra. Dio unos pasos al frente y se situó cerca de su joven vampiro. Suspiró.
-Me has traicionado, y me temo que tengo que acabar con tu existencia. Pero eso ya lo sabes. Antes, sin embargo, me gustaría que me dijeses el paradero de André.
Marcos sonrió.
-No tienes ni idea, ¿verdad?
Me parece tan gracioso que vengas con tanta prepotencia, amenazando mi vida, y que encima esperes que te revele donde encontrar al elegido. Y se que dudas en este instante. Que mi oposición a ti te resulte tan perfectamente fatídica y maravillosa a la vez. Hace que te plantees ciertas dudas porque, tu crees realmente que has ganado, que has llegado al final del trayecto. Pero nunca lo has entendido. ¿No es cierto? ¿Verdad que no sabes que hacer a continuación?
Tu que traicionaste a todos, que intentabas resaltar sobre todos…
Sin embargo André ni se esforzó, y siempre fue mejor que tu. Todos le admiraban, y se inclinaban ante el. Tu eras solo un soldado, un bufón. Causabas mas hilaridad que temor, como ahora.
Podrás matarme, sin duda, puesto que eres más antiguo. Pero ten presente una cosa. Nunca conseguirás lo que buscas.

El ser escuchó atento el sermón de Marcos. “Está bien”, se dijo así mismo. Se acercó a su obra, desenvainó su espada y la clavó en el hombro de Marcos. Los gritos resonaron en la noche silenciosa.
- Me dirás lo que quiero saber, y me importa bien poco lo que puedas pensar. Tu creación, en un principio, tenía otros motivos y al final, de una manera que no llego a comprender, me has servido igual. Aún sin quererlo Marcos, me has servido bien.

A Marcos el dolor le abrasaba el cuerpo. La espada estaba fabricada con el material. Con Kélodon.
Las lágrimas sanguinolentas le corrían por el cuerpo y miraba a su creador con rabia. Con furia.

- Ahora Marcos, me dirás lo que quiero saber. ¿Verdad?

Marcos intentó zafarse sin conseguirlo. Luchó un poco pero era inútil. Su cuerpo estaba al rojo vivo, como el fuego. Finalmente bajó la cabeza, y con un susurro apenas audible dijo:

- Como querais.