jueves, 24 de marzo de 2011

CAPITULO 5 - Eros


Tan solo era un niño asustado.
Tenía miedo a la oscuridad y de noche, mientras todos dormían, se quedaba observando la luna a través del cristal de la ventana, en silencio, y se tapaba poco a poco con la manta para que ningún monstruo pudiese hacerle daño. La luna, pensaba, le protegería de todo en sus sueños. Pero la luna no aparecía siempre. En estas ocasiones, Eros, pensaba la mejor manera de que nada pudiera hacerle daño, e ideaba formas para hacer frente a sus miedos.
Se quedaba absorto en sus pensamientos más profundos, en los que veía como derrotaba a un monstruo con la fría manta, ahogándolo, y este desaparecía. Pero siempre volvía una nueva noche, que traía a un nuevo monstruo. Un nuevo terror. Aunque de vez en cuando, la luna, su amiga, le ayudaba en la tarea. Era una lucha sin fin, en la que siempre, por una razón u otra, salía victorioso.
Le hacía pensar en los gladiadores de la antigua Roma, cuando la era de los emperadores abarcaba con sus victorias todas las tierras conocidas, consolidando su territorio como capital suprema del mundo.
Pero aquellos gladiadores. Ah, que espectáculo tenía que ser ver a esos Dioses en la tierra, alimentando la arena del circo con la sangre de sus rivales, y alzar la posición de un esclavo a la categoría de mito viviente. Sangre y honor bajo los aplausos de la plebe. Saborear la gloria, y caer presa de sus laureles.
Eros soñaba con todo esto, y con sangre…
Sin embargo, la realidad era desalentadora para el muchacho. Era hijo de un carpintero, y el menor de los tres hijos de este. Su posición era ventajosa frente a la de la gente normal pues, el padre de Eros, trabajaba para las familias ricas y esto le otorgaba un cierto estatus como hombre. Aparte, también le aportaba un beneficio económico que muchos soñaban en aquella época. Especialmente para un carpintero.
Pero Eros no se conformaba, y seguía soñando con hazañas en la arena del circo, cortando cabezas y enfrentándose a los mas grandes, sin ser nunca derrotado. Un Dios eterno.
Eterno.
Conforme pasaban los días y el niño se transformaba en hombre hasta cumplir los veintiséis años, Eros se esforzaba por hacer que su padre se sintiera orgulloso viendo como uno de sus hijos seguía sus pasos. Aunque por la noche, el mundo donde vivía se desvaneciera para dar rienda suelta a sus sueños de gloria.
Y así, el mundo, transcurría lenta y amargamente para Eros.

Una noche, mientras se centraba en derrotar a una de las bestias de Roma frente a la atenta mirada del emperador, un sonido que no era costumbre escuchar a altas horas de la madrugada, sacó de su sueño a Eros.
Provenía del piso inferior. Se levantó intentando no hacer ruido, bajó las escaleras y al llegar al último peldaño, la imagen que vio lo dejó petrificado.
Los cadáveres de su familia estaban envueltos en sangre inundando la sala, destrozados brutalmente por alguien o por algo. Un monstruo como el de sus pesadillas, por fin había cruzado el umbral que separa los sueños de la realidad, y había entrado en este mundo para vengarse de Eros por las derrotas sufridas. Tenía que ser eso. ¿Quién en su sano juicio podría haber provocado esto?
Se quedó mirando la sangre derramada durante un rato, absorto en su color. Por fin apartó la mirada y la alzó al frente. Entonces los vio. Seres de carne y hueso pero con una mirada asesina como la de las bestias. Sonreían. Eros no podía moverse ni articular palabra alguna. Sintió un golpe detrás de la cabeza y la imagen se nubló.
Silencio y penumbra.
Escuchó algo que decían.
-¿Con este que hacemos?- parecía preguntar uno.
-Lo usaremos para que trabaje y de recipiente. Parece sano.
Y ya no escuchó más. Oscuridad. Solo oscuridad.

Notó una fuerte sacudida y un golpe en la espalda. Abrió los ojos.
No había nada a su alrededor. Tan solo un olor fuerte como a podrido invadía la zona, como si cientos de cadáveres se estuviesen descomponiendo a su alrededor. Otro golpe. Mas silencio.
Abrió los ojos lentamente hasta que todo se fue haciendo nítido y vio a uno de esos monstruos frente a el, con una media sonrisa diabólica dibujada en el rostro. Dio un paso hacia Eros con los brazos extendidos, con la boca abierta dejando ver sus colmillos al completo. El no podía moverse. Aquel ser se abrazó a su cuerpo y clavó los dientes en su cuello. Dolor. Se estaba desvaneciendo de nuevo. Veía a su padre y a sus hermanos, y su madre le indicaba con la mano que la siguiera. La sed se adueñó de el, y entonces aquel monstruo le dio su sangre y el éxtasis lo llevó al cielo para arrojarlo de nuevo a los infiernos. Y después de esto, la esclavitud.

Cazaba para los mas jóvenes del clan y servía de recipiente para los viejos, que se alimentaban de Eros con la promesa de que pronto sería uno de ellos. Muerte y muerte por todos lados. Al principio le repugnaba pero luego, con el tiempo, empezó a cogerle el gusto a la muerte. Y empezó a luchar en batallas. Y cortó cabezas como en sus sueños, y a alimentarse de los que mataba con su acero. Empezó a hacerse un hueco entre su clan, luchando contra los suyos para ganar posiciones. Pero estos le abandonaron un día, sin más. Desaparecieron y Eros se enfrentó a la soledad del monstruo que no tiene cabida en este mundo. Recorrió países, llevando la muerte a todos los que se encontraba en su camino. Hombres, mujeres y niños cayeron en las garras del vampiro, pero Eros empezaba a cansarse. Y no encontraba salida a nada de aquella existencia. Decidió dejar de beber. No quiso seguir alimentándose, y se refugió en una antigua iglesia para desaparecer del mundo, para ir hundiéndose poco a poco en el lodo de su bagar. Débil y solo, halló algo parecido a la paz que empezaba a añorar con todas sus fuerzas. Pero no era cierto. Tan solo era el dolor disfrazado por la soledad. Gritó a la noche pidiendo una salida, un algo que le ayudase, que le salvase y de repente, un día como otro cualquiera, la salvación apareció.

La salvación era un vampiro de cabellos rubios, de facciones marcadas y sonrisa placida y seductora.
Ayudó a Eros a levantarse y lo llevó con el a su castillo.
-Estas a salvo amigo mío. Mi nombre es Ángelo.
Ángelo…

Durante varias noches Ángelo vino a verle para saber como se encontraba, y hablaba con el y le preguntaba que le había pasado. Eros solo quería venganza y Ángelo se la concedió.
Fue una incursión sencilla, con la ayuda de todos los del ejército de Ángelo, del rey. Mataron a todos los vampiros del clan, y quemaron los cuerpos para que no se levantaran de nuevo. Y Eros tuvo su venganza. Tuvo su paz.

Entró al servicio del rey como miembro del ejército, y dejó de tener sueños de sangre. Ascendió rápido como uno de los mejores guerreros, estudió y se convirtió en un gran estratega militar. Instruía a los nuevos reclutas, a los nuevos vampiros que por decisión propia habían elegido esa vida. Y tenía la aprobación del rey para cualquier cosa que el se dispusiera hacer o que quisiera conseguir.
Todo estaba perfecto, todo estaba tranquilo en el mundo de Eros. Todo era paz y serenidad. Se sentía bien consigo mismo, y disfrutaba de la vida. De aquella vida eterna.
Un día, sin embargo, empezó a soñar de nuevo.
Otra vez, la sangre…

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo creo que los nombres imponen destino, no habías podido escojerlos mejor. Y esto se puede apreciar también muy bien en el mundo real. Por otro lado la sangre tiene un simbolísmo esotérico enorme. De hecho, en cierta secta, prohiben las transfusiones a sus mienbros. La historia, desde luego, es más profunda de lo que parece a simple vista. En algunas partes de la novela incluso me pareció ver pequeños toques autobiográficos. Un abrazo.

Gualber dijo...

Jejeje, tu siempre das en el clavo.
Me conocías antes incluso de conocerme.
Esa conexión, ya sabes.
Un abrazo.