martes, 15 de marzo de 2011

CAPITULO 4 - André el vampiro 2


Después de oír las voces mas cerca, sentí que por fin mis músculos me respondían, y salí corriendo de allí como alma que lleva el diablo. Y continué corriendo aunque no sabía muy bien donde me encontraba. Tropecé contra una roca y caí al suelo.
No se veía nada, todo estaba muy oscuro. Y la pequeña neblina que se estaba formando en el monte no ayudaba a mi escapada. Noté que sangraba en la cara. El golpe que había recibido al caer al suelo, me había echo un pequeño corte en la frente y sangraba bastante. Al menos lo bastante para asustarme mas todavía, si es que eso era posible. Pero me levanté de nuevo y seguí avanzando. Por fin divisé a los lejos las almenas encendidas del muro, un poco mas allá del río Segura. Esto me produjo una pequeña sensación de alivio, pero no aminoré el paso ni un instante.
Alcancé el camino que llevaba a las puertas de la ciudad, atravesé el puente levadizo y conseguí llegar hasta la entrada sin parar de correr. Cuando estuve allí, cogí un poco de aliento y caí al suelo, rendido por la carrera, pero aliviado por encontrarme a salvo.
Se que me fui de mi casa y empecé a andar. Pero no entendía realmente como había llegado hasta aquel lugar. No sabía con exactitud que rumbo había tomado para llegar hasta aquel claro.

Me puse de nuevo en pié y pensé en Lucía, así que me fui directamente a mi casa. Seguramente, ella estaría disgustada y confundida. Y lo más probable es que también estuviera preocupada, así que eché a andar, sin preguntarme nada más.
Corrí desde la Hermita calle abajo, doblé un par de calles y llegué a mi puerta. La casa estaba vacía cuando entré. Al parecer, Lucía se había marchado y no había recogido nada. La vela seguía encendida, aunque ya estaba medio consumida. El fuego de la sala eran solo ascuas. Me pregunté donde podría estar. ¿Tan enfadada estaba conmigo como para hacer eso? ¿Por qué se ha marchado así? Y de repente, como un flash pensé, que quizás había ido a buscarme. Quizás había salido en mitad de la noche para ver donde estaba. No lo pensé. Volví a salir de la casa a la velocidad del rayo, atravesé las puertas de la ciudad y seguí el camino que había tomado al venir. Recordé el sendero a malas penas, y la noche estaba lo suficientemente cerrada como para no ver nada. Avancé casi en tinieblas y casi sin darme cuenta, y sin tropezar, llegué a aquel claro. Pero de nuevo pensé que ella no podría haber llegado allí. No sería una de sus opciones para buscarme. La taberna, el río… esos si serían sitios donde yo podría estar. ¿Por qué entonces, sin pensarlo apenas, había decidido ir a ese lugar?
“No la encontraras aquí”
Aquella voz.
Me giré y sentado sobre una piedra se hallaba un hombre. Sus facciones eran muy marcadas, su pelo rubio casi hasta la media espalda, y aquel atuendo que llevaba no era muy corriente entre la gente con la que yo solía codearme. Era un noble, eso estaba claro.
No encajaba con el lugar. ¡Por Dios, ni siquiera yo encajaba en aquel sitio a esas horas de la noche! Me quedé parado frente a el, a una distancia prudencial. Y aunque estaba realmente asustado, algo me empujaba a hablar.
-Perdona pero, ¿Qué has dicho?- mis palabras salieron de mi boca sin pasar por mi mente.
-Dije que no la encontraras aquí.
¿De que estaba hablando? No era probable que fuera de Lucía.
-¿A quién?- pregunté con descaro.
-A Lucía. ¿No es a ella a quien buscas?
Cuando vio mi perplejidad, aquel hombre sonrió. Sus ojos parecían brillar en la oscuridad, y su piel era pálida. No pálida como quien se está muriendo, o como quien está enfermo. Era una palidez abstracta. Rara. Sobrecogedora y hermosa a la vez.
-¿De que la conoces?- le dije titubeando. Claramente yo estaba acojonado, y el lo notaba, sin duda.
-No tengas miedo André. Es probable que la encuentres en el rincón del diablo, cerca de la parte sur. ¿Sabes donde está?
Su voz. Sin duda era la que me habló cuando entré al claro la primera vez. Sabía mi nombre. ¿El rincón del diablo?
-Es imposible que esté allí. Solo van las brujas. Nadie con sentido común se acercaría allí y menos…- pero la palabra se me atragantó en la garganta.
-¿Confundido hijo?
-Es imposible. Ella no, quiero decir, ella no es, no creo vamos- pero no sabía que decir en realidad-. ¿Quién eres?- dije al fin.
-Ah, la eterna cuestión. Ya si, lo se. No me he presentado como es debido- se levantó y se acercó a mí con la mano extendida.-Mi nombre es Ángelo. No soy de por aquí pero, suelo venir bastante. Te he observado desde que eras un niño. Desde que naciste. Lo se, lo se. Tendrás muchas preguntas. Mira hijo soy, bueno no es fácil. Yo soy- pero no escuché las palabras.
En un momento, y con una velocidad tal que no pude ver por donde vino, se abalanzó sobre mí y clavó sus colmillos en mi cuello.
-Vampiro- dije con un tono de voz apenas audible.
-Lo siento hijo, pero esto era necesario. Te he desangrado hasta tal punto, que si te dejara aquí morirías en muy pocos minutos. Pero no voy a dejar que eso ocurra. Voy a darte el don de la inmortalidad.
No podía moverme.
Le vi como se mordió la muñeca, y luego la acercó a mi boca pidiéndome que bebiera. Me resistí como pude, pero no podía hacer nada. Estaba condenado. Aquel ser me tenía a su merced y yo intentaba apartar mi boca de la sangre que caía sobre mí. Pero cuando la primera gota entró en mi paladar, ah que sensación. Fuego liquido dentro de mí. No podía parar de beber. Y quería más y más.
-Despacio- decía. Pero yo no quería hacer caso. Cada trago era una delicia que rayaba el delirio. Y yo me sentía tan bien. Me aferré a su brazo, y el intentó zafarse de mi, pero mi fuerza se había triplicado por lo menos. O así me sentía. Entonces noté un dolor muy fuerte en mi estomago. Me retorcí y empecé a vomitar. Sangre por todos lados. Dolor. Me revolvía en la tierra con espasmos. Gritaba. Pensé que aquello sería el final, que moriría en aquel instante.
-Tranquilo hijo, es normal- dijo aquel ser, pero yo no escuchaba. Seguí dando vueltas por el suelo, y vomitando violentamente con aquel insoportable y desgraciado dolor. ¿Cuándo acabaría? Pero de pronto todo se calmo.
-¿Lo ves?- decía-. No pasa nada hijo mío.
Y me quedé rígido, tumbado boca arriba, sin poder moverme. Lo vi acercarse a mí de nuevo. Sentí que me mareaba, y era como si cayese desde una distancia inusitada. Como si me lanzaran desde el pico de la Atalaya hacia abajo. Y no podía mantener los ojos abiertos.
-Ahora duerme André. Pronto despertarás de nuevo. Duerme.
Noté sus palabras distantes, como muy de lejos. Mis párpados no aguantaban más. Quise mantenerlos abiertos, pero era imposible. Finalmente se cerraron y sentí alivio, tranquilidad. Sentí paz.

No recuerdo si soñé o no.
Cuando abrí los ojos todo estaba oscuro. No se veía nada por ninguna parte, y noté que estaba en un sitio cerrado. Como un armario o algo así. Intenté moverme pero al hacerlo, mis extremidades chocaron contra algo duro. Sin duda, me habían encerrado en algún sitio. Pero no me entró el pánico. Seguía en aquel estado de paz y bienestar cuando de pronto, escuché unos pasos que se acercaban a donde yo me encontraba. Quise salir de allí, pero no sabía como. Ni siquiera sabía como había llegado a esta situación. Empecé a recordar vagamente lo que me había pasado. Intenté llevarme la mano al cuello, pero ésta choco contra la piedra que me envolvía. ¿Qué era yo ahora? Estaba asustado, desquiciado. Mi cuerpo temblaba y oía los pasos cada vez mas cerca. ¿Porqué estaba aquí metido? Joder no sabía que hacer. Me empecé a poner más nervioso todavía y de pronto, con una fuerza inusitada que salió de mí, rompí la piedra que me tenía preso. Me puse de pie y miré a mi alrededor. Solo una luz mortecina que provenía de una antorcha iluminaba la estancia. Esta era redonda, con algunos pilares que sostenían una cúpula que se centraban justo donde estaba yo. Miré hacia arriba y vi que en ella habían pintados unos ángeles, con una perfección tal que parecían reales. Cuando bajé los ojos hacia mis pies, me di cuenta de que había estado metido durante no se cuanto tiempo, en un sarcófago. Un ataúd de piedra. Seguía estando asustado y confundido. Me sentía mareado y con una sed terrible. Mis ojos parecían nublarse pero sin embargo, todo a mi alrededor parecía cobrar forma. Una nueva visión. No puedo describir realmente como veía aquella sala. Es la visión del vampiro. El mundo es diferente. Pero centrándonos en el relato, para mi, todo era nuevo. Miré a un sitio y a otro y entonces vi a la persona de la que procedían los pasos que había escuchado antes.
Era una chica que no tendría más de dieciocho o veinte años. Estaba allí sola frente a mi. Llevaba un camisón blanco que se transparentaba, y dejaba ver toda la belleza de su desnudez. Su pelo castaño ondulado, colgaba a un lado y se extendía por debajo de sus pechos, los cuales me indicaron que ella estaba bastante excitada por lo firme de sus pezones. Sus ojos me miraban con descaro, y eran de un verde intenso. Como si hubiesen capturado la belleza de un hermoso prado y este, se quedara encerrado en ellos para siempre. Empezó a moverse hacia mi, y noté la sed como nunca antes la había sentido. Yo quería que ella parase y a la vez, la deseaba como nada en el mundo. Un torbellino de imágenes inundó mi mente. La vi a ella de pequeña jugando, con lo que parecían sus hermanos. La vi llorando siendo mas mayor frente a una casa en llamas. Y vi a Ángelo abrazarla, alimentarse de ella y llevársela consigo. Leí su mente sin saber bien como lo había echo, y supe que quería que me alimentara de ella. ¿Qué? ¿Cómo haría yo algo semejante? Y la sed me ahogaba, y mis facciones se retraían haciendo que mi boca se abriera, dejando ver mis dientes de vampiro. Mis manos se extendieron y cuando estuve a su altura, mi instinto hizo el resto sin que yo tuviese poder real sobre mis actos. Y allí mismo, sin poder hacer nada en contra de ello, me alimenté. Bebí de ella hasta quedar saciado. Y tenía mucha sed, y la sangre entraba en mí rápida y placentera. Y bebí y bebí hasta que su corazón dejó de latir, y el mío sonaba como un martillo enorme golpeado por un Dios sobre el mundo. La cadencia de este hacía que me mareara. Dejé de beber y separé mis dientes de su cuello poco a poco, como recreándome ante mis nuevos dones, sintiendo que había sido mía por un instante bello y pasional. Y me fui desprendiendo de su cuerpo hasta que este cayó al suelo sin apenas hacer ruido. Me sentía bien. Como nunca había creído que fuera posible. Inmenso. El torbellino de emociones hacía que gozara de cada instante y entonces, sacándome de mi burbuja de placer, escuché un aplauso justo enfrente de mi.
- Bien André, lo has hecho muy bien. Normalmente los recién nacidos no son capaces. Ya sabes. El alma, el amor, las dudas. Tu no has sentido nada de esto. Has dejado a tu instinto actuar y por ello te felicito. Pero tú eres especial, ¿lo sabías? Yo lo sabía. No tenía dudas respecto a ti.
-Soy un monstruo- dije sin mirar a aquel ser-. ¿En que me has convertido?
-Solo en lo que pretendía que fueses. ¿Pero has disfrutado de este apetitoso bocado? Si, no tengo dudas respecto a eso. Y ni siquiera estas arrepentido, más bien al contrario. Te enorgulleces de tu nuevo poder.
Me hablaba y tenía razón. ¿Qué había sentido por aquella joven, cuyo cuerpo caliente estaba todavía en el suelo entre Ángelo y yo? Nada. Nada en absoluto. Solo un placer inconmensurable y asombroso. Estaba confundido, desde luego, pero extrañamente satisfecho. Sentía como la sangre de la muchacha había calentado mi cuerpo. Alcé la vista y miré a los ojos de mi hacedor. Del que me había dado esta nueva vida. Se le veía satisfecho. No me acordé de nadie en ese momento. Mi vida anterior, la muerte de mis familiares, Lucía. ¿Qué eran ellos? Solo un leve borrón en lo que había sido mi existencia, que en ese momento, al menos para mi, empezaba de nuevo. Me sentía diferente. Un nuevo yo. Disfruté de aquel momento como algo divino. Ángelo se acercó a mí y me rodeó con sus brazos, y me condujo por un lateral de la sala donde había una puerta y tras esta, unas escaleras que subían a lo desconocido.
-Bien André- me dijo-. Ahora eres mi hijo. Llevas mi sangre y te daré la posición que mereces. Ahora, cuando estés mejor, mas tranquilo, cuando estés limpio y con ropas adecuadas, te lo explicaré todo y contestaré a todas tus preguntas.


Me asearon y me vistieron. Me llevaron a una pequeña sala en donde un mozo me indicó donde estaba el baño, los utensilios de aseo. El agua estaba cálida y notaba como mis poros se abrían, haciendo que mi piel se quedara totalmente relajada. Después, como he dicho antes, me vistieron y me indicaron la dirección que tenía que tomar para ver a Ángelo. Este me esperaba y yo tenía muchas preguntas. Tenía sentimientos encontrados y sensaciones que nunca había experimentado. Por un lado; mi nueva condición de vampiro y por otro, mi humanidad perdida. No tenía remordimientos por lo que ahora era yo, ni había sentido lastima al alimentarme de aquella primera victima. Ni siquiera estaba trastocado por el cambio. Para mí, era como si fuera una evolución lógica. No era algo trascendental, ya sabéis. Era normal, y yo me sentía bien conmigo mismo. Luego, con el paso de los años, aprendí que aquello no estaba bien. Pero eso es adelantarme a mi historia.

Crucé un pasillo bastante largo, donde al final de éste se podía ver una pequeña luz. Cuando llegué al final, una gran sala se habría ante mi, llena de ventanales acristalados con pinturas de ángeles, luchando contra lo que me parecieron humanos. Estos ángeles no eran como los que describía fray León en sus sermones. Estos, a diferencia de los otros, eran grotescos, con dientes afilados y llenos de sangre, desgarrando la carne de los humanos y cortando cabezas con sus espadas en llamas. Me dio la sensación de estar en la sala principal del mismo infierno.
Al fondo y debajo justo de un tragaluz, con lo que parecía la imagen de Jesús de Nazaret, o Dios, o lo que fuera, se hallaba un gran trono que coronaba sobre una pequeña elevación. Y allí, sentado en el, se encontraba Ángelo. Vestía un traje negro de la época, con una corona de oro sobre sus rubios cabellos. Esta, estaba llena de diamantes, y en su cintura colgaba una espada preciosa. La espada de un rey.
Me miró y sonrió. Luego me hizo un gesto para que me acercara.
Observé la sala de nuevo y vi una alfombra roja que se extendía desde donde yo estaba, hasta el mismo trono donde se hallaba Ángelo. Di el primer paso con indecisión, con un leve temblor de mis piernas. Pero avancé hasta el y cuando llegué al trono dudé. No sabía que hacer exactamente, así que me arrodillé ante el, como era de costumbre hacer ante cualquier rey. Y cuando hice esto, escuché su risa resonando en el gran salón del trono.
-No tienes que hacer eso, hijo mío- me dijo sin parar de reír-. No es digno de un príncipe.
Levanté la cabeza lentamente hasta encontrarme con su mirada, y seguro que vio las dudas y la perplejidad en mi rostro pues, sin parar de reír, hizo un movimiento con la mano para que me levantara.
-Ven hijo, tu sitio está aquí. Junto al mío.
Y me hizo entender que quería que me sentara en el trono que estaba a su derecha. Yo, con el temblor de piernas todavía, me senté a su lado y el, después de besar mi mejilla y abrazarme de forma paternal, empezó a hablar.
-Tu, hijo mío, llevas mi sangre. Eres uno de los pocos con los que he compartido este don. Debes saber algunas cosas sobre nuestra raza hijo. Saber que somos y porqué existimos. Pero supongo que tendrás preguntas, sin duda, y quisiera resolver primero lo que me preguntes, y luego yo te diré lo que obvies o crea que tienes que entender para enfrentarte a tu nueva condición y posición.
Me quedé pensando un rato sin saber bien que preguntar, pero de pronto me vino a la cabeza lo mas lógico.
-¿Porqué yo?- pregunté.
Hizo una mueca con los labios esbozando una pequeña sonrisa de satisfacción.
-Me alegra que me hayas echo esa pregunta precisamente. Porque eso, hijo mío, disuelve la duda de si hice bien en elegirte, o no.
Porque tu. Veamos. Mi sangre ha sido solo para unos pocos elegidos, pero siempre he fallado en mi selección. Cuando tienen el poder suficiente, se alzan contra mí o me dejan solo, para crear más vampiros. Para hacer nuevos clanes, nuevos reinos. No les culpo, desde luego, ellos eligen su camino. Y yo no puedo retener a nadie. En ningún momento, y esto es algo que te sorprenderá, le dí la posición a ninguno que tú ostentas. Si, se que tienes la duda. Se paciente y te responderé. Yo he sido el único vampiro, pues el que me creó a mi desapareció sin dejar rastro. Y de una manera torpe, de la que siempre he estado descontento, hice crecer la estirpe convirtiendo a unos pocos y estos, a muchísimos más.
Algunos han sido grandes generales de mi ejército, pero nunca, en ningún caso, he pensado en abdicar hacia uno de mis hijos.
El porqué tu André es simple.
Te vi nacer. Por supuesto desde la distancia. Pero no me hubiese fijado en ti si no llega a ser por tu corazón. He seguido tu vida hasta que llegase el momento oportuno para tu adopción. Eres inteligente, valiente, con cierta tendencia a quebrantar normas, lo que me recuerda a mí en muchos aspectos. Pero eres sincero, caritativo, compasivo y sabes mantener la mente fría en situaciones donde muchos flaquearían. Cuando quieres algo vas a por ello, y aunque luego te arrepientas, sabes que en ese momento es lo que tienes que hacer. El porqué tu André, es simple y llanamente, a que me recuerdas a mi.
Me quedé sorprendido por su explicación. Me daba miedo pensar en que podía yo parecerme a aquel vampiro primigenio pero, por otro lado, estaba satisfecho que me considerara un igual. Que me confiara la descendencia del trono. Por supuesto, yo estaba como en una nube.
-¿Qué te gustaría saber más?- me dijo con aquella fantástica sonrisa.
-Cuéntamelo todo- contesté-. Cuéntame todo lo referente a nuestra condición, nuestra forma de existir. A que debemos temer. Cuales son mis cometidos y mis compromisos. Lo quiero saber todo.
Empezó a reír efusivamente, y observé por el rabillo del ojo como algunos criados se asomaban sorprendidos al ver a su rey de tan buen humor.
-¡Vaya hijo, esta si que es buena! Lo sabrás todo, por supuesto, pero antes, te diré solo lo necesario y poco a poco, iras descubriendo por ti mismo todo lo demás. ¿De acuerdo? Bien. Empecemos por el principio.
Se puso cómodo en su asiento y con aquella sonrisa mágica empezó a hablar:
-Todo lo que tienes que saber es que, si bien somos eternos en apariencia, también hay cosas que pueden acabar con nuestra existencia en un segundo.
Veamos- dijo, luego alzó la cabeza y me miró fijamente-. Nosotros mantenemos un equilibrio de coexistencia con el hombre. Nos alimentamos de ellos pero de una manera segura, sin desecar la tierra en donde nos nutrimos. Tenemos que hacer creer al mundo que solo somos un mito, una leyenda, un cuento de viejas. De esta forma podemos prolongar nuestra estancia en cualquier lugar en donde decidamos vivir. ¿Entiendes esto André?
Asentí con la cabeza. Luego el continuó.
-Desde luego estas reglas se aplica solo a los que están por debajo de nosotros. Tu puedes dar rienda suelta a tu sed hijo mío, y nuestros lacayos se encargarán de que para el mundo mortal, solo haya sido un accidente. Algo desafortunado. Con respecto a lo que nos puede hacer daño, debes saber y entender porque es muy importante, que solo el fuego puede destruirnos. Solamente eso. Pero también existe un material muy consistente, parecido al acero, que se puede transformar en cualquier arma para acabar con nosotros. Se llama Kélodon, y fue descubierto por un caza vampiros hace siglos. En contacto con nuestra piel, es fatal para nuestra vida. Por otro lado si alguien es tan rápido como para llegar con su espada a cortarnos la cabeza, bueno. No podemos vivir sin cabeza. Es así de simple. Debes saber también, que podemos salir a la luz del sol y pasearnos por ahí como un simple mortal, pero nuestros poderes merman de tal manera que llegamos a ser más débiles que cualquier humano. Tampoco podemos alimentarnos de día.
Existen otros seres que habitan las sombras de este mundo.
Hay inmortales que son enteramente humanos y su poder me es desconocido. Pero no solemos tener problemas con ellos. Mas bien al contrario. En ocasiones, nos ayudan en nuestros propósitos haciendo de espías y tareas similares. También están las brujas, que con su magia oscura logran vivir milenios. Muchas veces nos llevan de cabeza. Por ejemplo, Lucía. Pero ya te hablaré de ella mas adelante.
Tenemos alianzas con los árabes. Nosotros extendemos a fuerza de espada y sangre sus territorios, y a cambio recibimos grandes sumas de dinero. Estos lujos que nos rodean no se pagan solos hijo. Y creo que eso es lo principal que tienes que saber… Veamos. Ah si. Serás adiestrado por uno de mis coroneles para convertirte en el general de mi ejército. Y creo que eso es todo. ¿Tienes alguna pregunta?
Mi cara debió de reflejar algo parecido a la conmoción que siente una persona al chocar contra un muro. La información recibida entraba como un torrente, y mi cerebro intentaba clasificarla. Vaya. Estaba totalmente eufórico y dudoso. Como lleno de bruma.
Ángelo debió de reconocerlo en mi expresión, y con su peculiar sonrisa, y su brazo apaciguador rodeándome los hombros me dijo:
-Lo harás bien hijo mío. Lo harás muy bien.
Y con estas últimas palabras, que me inyectaron moral y seguridad, me convertí en el más grande general que las tropas vampíricas hayan tenido jamás.
Fui el gran general André.

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